jueves, enero 30, 2014

NUESTRO CEREBRO DEL QUE TAN POCO SABEMOS

Nuestro cerebro del que tan poco sabemos

5 noviembre 2011
 
 
Converso con mi pensamiento, y él me dice: “¿Para qué sirve tanta riqueza en nuestras manos?” Si la riqueza fomenta compasión, uno desea ser pobre; si la pobreza genera odio, uno desea ser rico. Y es que el hombre es insaciable en cuanto a la posesión de riquezas (por bienes terrenales). “El dinero es como el abono que se echa a la tierra: de nada sirve si no se extiende”, dejó escrito Francis Bacon (pintor).
La sociedad que nos ha tocado vivir ( ¿ esa maravillosa democracia española, qué nos habla del estado de bienestar para todos, qué nos habla de la igualdad de oportunidades, qué nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud…?) ha “roto aguas”, y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años…: a lo sumo ha construido pocas residencias-jaulas de soledad-donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y/o extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores.
Estamos en un mundo presos del miedo y la no comunicación. Nos hace falta llorar, nos hace falta reír, nos hace falta comunicarnos…Nuestras penas y nuestras alegrías, pero comunicarnos. Por esto, sin duda, nos pasamos la vida “Mendigando humanidad”. Hagamos que nuestros semejantes sean hermanos nuestros. Nuestro cerebro del que tan poco sabemos es, sin duda, ‘la caja negra’ que transmite miles de órdenes a nuestro corazón, que riega la sangre necesaria para que podamos respirar, comer y dormir todos los días del Señor.
Pues si un doctor en Medicina nos proporciona el bienestar del cuerpo, el equilibrio emocional, y, al mismo tiempo, nos mitiga la violencia de algunas enfermedades-en la medida de sus fuerzas-, el dolor que acude rápido a nuestra alma será siempre más llevadero. Nosotros-los mortales-que somos meros pasajeros en tránsito, buscaremos siempre aquello que nos une con nuestros semejantes: el mismo origen, el mismo hábitat, el mismo destino…; y olvidaremos lo que nos diferencia: religión, xenofobia, racismo, idiomas diferentes, pobreza…
Nuestra cotidiana vida se está convirtiendo día a día en un creciente mundo de temores que nos amenazan: Miedo a morir, miedo al dolor, miedo a perder la cabeza…Son muchos miedos juntos que, según los expertos en la materia, erosionan nuestros cerebros terriblemente, y nos hacen pensar en la erosión que está sufriendo el ecosistema, la proliferación de las armas nucleares–el último caso al respecto lo está protagonizandoIrán, que trata de conseguir, y lo conseguirá bombas nucleares de destrucción masiva–,el terrorismo que corre por todo el Globo Terráqueo, la lucha para conseguir dinero y poder al precio que sea, tráfico y venta de órganos humanos sacados a cuchillos muertos de los cuerpos de inocentes criaturas–raptadas o vendidas por sus propios padres–.
Sin presente y sin futuro, necesariamente, la vida en la vejez tiende a refugiarse en el pasado: ¡Qué tristes perspectivas de vida se avecinan para las personas mayores! Pienso, muchas veces, que es provechoso reírse de un mismo e, incluso, de nuestra propia sombra: de esta manera descubro lo poco que sé, y lo mucho que me queda por aprender.
Y a todo esto llamamos cultura, globalización, democracia, derechos humanos… Todos son miedos y mentiras, todos son mentiras y miedos que marchan unidas en un perfecto engranaje que nadie sabe a dónde nos conducirá. Son el bien y el mal juntos, hermanados, que se dan la mano para pasear por estos mundos de Dios, y que siembran de crespones negros, a modo de agujeros, la geografía universal. Quizá estemos ciegos de soberbia, quizá hemos olvidados derramar lágrimas vírgenes, quizá vamos encarando un mundo sin control ni norma alguna bajo el signo de los políticos corruptos.
Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se olvidan de forman personas- jóvenes-, que son los verdaderos motores para construir un mundo mejor que el nuestros. La historia así nos lo enseña, y Rubén Darío también en su maravillosa Canción de primavera: “¡Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver! (…)”.
¡Hoy tengo un mal día! ¡Todo lo veo negro! ¡Me duele el corazón!”, solemos decir, como si dicha víscera muscular fuera capaz de detectar dolores. Dentro de estas afirmaciones y otras similares llevamos inserto un mundo de miedos (fobias, muchas veces): miedo al amor, al infarto de miocardio, al cáncer, al Sida (Síndrome de Inmune-Deficiencia Adquirida), miedo a perder la cabeza, miedo al sufrimiento, miedo al dolor…: tantos miedos juntos crean barreras, barreras en nuestro intelecto. Todos estos temores que nos amenazan-en los prolegómenos del siglo XXI-al mismo tiempo, nos conducen inevitablemente al gran miedo que todos llevamos dentro: nuestro miedo a la muerte.
Las luces y sombras de nuestros miedos serán nuestros fieles compañeros a lo largo de nuestras vidas-cortas o largas, largas o cortas-: personajes, gestos y máscaras somos los humanos en este ‘Gran Teatro del Mundo’: es la muerte que siempre espera… Al nacer, sin duda, se nos asignan los libretos que hemos de representar para bien o para mal: a partir de entonces, cada uno ha de cargar con su correspondiente pesada piedra de molino. Ninguno de nosotros será profeta en su tierra, buscando nuestro asiento definitivo en tierra de nadie: en nuestro sepulcro correspondiente seremos tan sólo un número: el 666…es la Marca_de_la_Bestia .
Las luces y sombras de nuestros miedos…es la muerte, que pronto llega, y cuando, a partir de ese momento, las luces y las sombras se instalan en nuestros cerebros…llenos de miedos a lo desconocido. En fin, el hábito que crea el miedo -en nuestros cerebros-, nos hace proclives a contraer una enfermedad muy frecuente en nuestros días: la tan traída y llevada ‘depresión’…
¡Ya… me encuentro solo! De regreso, y cuando me hallo en mi casa, sobre la una de la madrugada, solamente escucho el ruido al paso de los últimos coches -sus ruedas-. Doy dos vueltas al cerrojo de la puerta –¡hay tantos ladrones hoy en día!–, y busco silencio –mi silencio– en mi soledad. El día ha sido francamente penoso: hablar con amigos que no lo son, saludar a personas que casi no conozco, recomendar a ciertos jóvenes –tunantes por naturaleza– que se presentan a oposiciones del Estado (lo cual hice por mero compromiso, aunque no puse mucho interés en tales recomendaciones, y entiendo que resultarán ineficaces), escuchar mentiras que luego se convertirán en verdades.
Siento, a veces, las pisadas de alguien que camina cerca de mí, y creo –ilusión pérdida– que me están espiando, que saben –algo o todo– de mi cita que tuve ayer con la señorita… por así llamarla, dado que esta casada, con marido y escopeta, con escopeta y marido. No tropecé con almas que amé –hombres y mujeres, compañeros míos–, porque habían fallecido. Y pensar que pude haber sido el último hombre/mujer sobre la tierra, si al salir por la mañana temprano la ciudad estuviera ya muerta… Y pensar que pude haber sido el último hombre/ mujer sobre la tierra… sin llegar a tener el tiempo necesario para escribir mi último poema. ¡Día infeliz el por mí pasado!
Porque cuando apago la luz de la mesita de noche, al objeto de dormir unas pocas horas (con mi edad son pocas las horas de sueño, que se aprovechan), mi cerebro, que no duerme –y saliendo de la noche oscura de mis pensamientos– entre sueños y ensueños, me habló: de los peces de mil colores; de la mujer asesinada por su pareja sentimental sin que nadie ponga solución efectiva a estas muertes violentas; de la discusiones encontradas en relación con las corridas de toros (para mí ‘los toros’ son una fiesta, y una muerte claro está, respetando las ideas discrepantes al respecto); de la mezcla de sangres distintas entre los contrayentes de la futuras monarquías (genes que cuentan) y de los falsos profetas Zapatero y Rajoy.
La Coruña, 5 de noviembre de 2011
© Mariano Cabrero Bárcena es escritor

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