02 noviembre 2010
Halloween... ¡la manga (del muerto) que!
Y andábanos comiendo rábanos en un mercado… ¡no cierto! Andaba yo en un mercado harto famoso del DF comprando mis firulitos para la ofrenda, cuando de pronto, un niño se acerco a mí (el niño número chingomil de la noche) para pedirme calaverita. Dispuesto estaba yo a batearlo como al resto de los mocosos que ya me había colmado la paciencia, cuando me fije que este niño era especial y muy diferente a los demás.
Era un niño, ni muy muy, ni tan tan, digamos, un niño de la clase media baja tirando a jodida, como el resto de los mexicanos. Pero lo que llamó ni atención, no fue eso, obvio. Lo que llamó mi atención, es que en lugar de traer en su mano la clásica calabaza de halloween de plástico naranja, traía una caja de zapatos a la cual le había hecho con un cuchillo, ojos, nariz y boca.
Inmediatamente (o sea en chinga), vino a mí un “flashback”. Me acordé de que eso mismo hacía yo todos los días de muerto. ¡Nada de calabazas de plástico! Ni siquiera conocíamos el termino “halloween”.
Cuando los días de muertos se aproximaban, comenzábamos yo y el resto de los escuincles de la cuadra, a buscar frenéticamente alguna caja de zapatos en desuso que alguien nos quisiera regalar. Cuando voluntariamente no había un donante, teníamos que acudir a la manchadez de robarle una caja de zapatos a nuestras mamás. El siguiente paso era hacerles un con un cuchillo, un par de triángulos a manera de ojos, uno más para simular la nariz y, por último, los feroces dientotes. El toque final consistía en fijar una vela dentro de la caja, para que al encenderla por la noche, diera harto meyo. Arriba le hacíamos una ranura para que los amables y gentiles benefactores se mocharan con una moneda. Generalmente nunca dejábamos que depositaran ahí las monedas, porque caían directamente sobre la vela y la apagaban. De esta manera, nos preparabamos con nuestra caja de zapatos para ir a pedir “calaverita”… ¡nada de halloween!
Había lugares estratégicos para realizar esta bonita tarea de poner cara de ternurita y pedir calavera. Estos lugares eran en mi caso, una panadería que estaba muy cerca de mi casa. La clave consistía, en acosar a las personas que salían de la panadería con el cambio en la mano, antes de que lo guardaran. La verdad, como aquellos tiempos uno de chavito podía ser muy vago y no corría peligro alguno andando en las calles, la mayoría de las personas nos conocían, así que con gusto aportaban su lanita. Además eran otros tiempos, la economía era más boyante que ahora, así que era más fácil que las personas se desprendieran de unos pesos para la causa.
Hoy es diferente. Los mocosos piden “halloween” con sus calabazas de plástico. Se disfrazan de madre y media (me refiero a monja y media). Y a diferencia de antes, los papás tienen que andar con sus hijos en calidad de guardaespaldas, cuidando la integridad de sus chilpayates. Antes te daban un “tostón” o un pesote para que compraras lo que se te antojara, ahora en cambio, te dan una trinche paleta “Tutsi”, o un “Pelonete” si bien te va.
En fin, el caso es que al ver a ese niño con su caja de cartón pidiendo calaverita, no pude más que aplaudir tan bonito gesto para conmigo, gesto que como ya es costumbre en mí, genero uno de mis famosos "ataques de nostalgia".
El justo premio para ese crío, fue un billete de cien pesos que causo casi el amotinamiento del resto de los niños que presenciaron ese acto de justicia. Para el resto de los niños, solo tuve la bonita atención de aconsejarles que, para la próxima, hicieran su calavera con una cajita de zapatas de mamá… ¡con la pena!
Los tiempos pasados no fueron mejores… ¡pero sí más chidos!
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