viernes, febrero 28, 2014

EL GATO EN EL ANTIGUO EGIPTO / POR JAVIER GÓMEZ

http://sobrecuriosidades.com/2008/05/04/el-gato-en-el-antiguo-egipto/

Los gatos estaban considerados como animales sagrados en el antiguo Egipto. Íntimamente asociados al concepto de divinidad. Los egipcios creían que en sus cuerpos anidaba el alma Bastet, Diosa Egipcia representada con cuerpo de mujer y cabeza de gato.

Cuenta la historia que el culto al gato, se inició hacía el año 2900 A.C.  Según la mitología egipcia, RA, Dios del Sol, enfadado con los hombres, envió a la Tierra a su hija encarnada en Sekmet, una leona muy fiera, a fin de castigarlos. Sin embargo, ésta, enloquecida, provocó una masacre y mató a cientos de egipcios. RA tuvo entonces que mandar a su guerrero Onuris, con la misión de pacificar a Sekmet. Ésta se convirtió en dócil ante las artes de Onuris y entonces se convirtió en Bastet.

La dualidad de esta diosa, se refleja en su asociación al Sol y la Luna, de modo, que Bastet, asociada al Sol, se representa como una diosa buena y amable, diosa de la música y protectora de la luna, mientras que Sekmet, se asocia a la luna y representa ese espíritu misterioso e independiente que siempre tienen los gatos.

Tan querida llegó a ser Bastet en Egipto, que incluso se levantaron templos, como del de Bubasti en la delta del Nilo.

Pero si eso es lo que cuenta la leyenda, lo cierto es que los gatos tenían, en la práctica, un status social importantísimo, por lo que su muerte se consideraba una tragedia en la familia, hasta el punto de que tenían que guardar luto y raparse las cejas en señal de luto. Después había que embalsamarlo y enterrarlos en grandes panteones. Tanto es así que se llegó a descubrir una gran necrópolis en el que habían sido enterrados cerca de 300,000 gatos momificados.

Matar a un gato, estaba incluso castigado con la pena de muerte ya que a través de los ojos de éstos , la diosa Bastet estaba siempre pendiente de los hombres y los protegía de todo mal.

Pero era tal el culto que le rendían que incluso circula la leyenda de que en cierta ocasión, en pleno ataque de los egipcios, los persas, sabedores del temor a los gatos, cogieron un buen número de éstos y los utilizaron como escudos ante el ataque. no sabiendo cómo evitar el no hacerles daño, los egipcios finalmente hubieron de rendirse.

EGIPTO CAYÓ EN MANOS DE LOS PERSAS POR LOS GATOS

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LOS GATOS EN LA HISTORIA: EGIPTO

Los gatos en la Historia: Egipto
Los gatos han sido motivo de adoración a través de la historia en diferentes culturas, siendo la Civilización Egipcia la que lo llevó a lo más altos conceptos de amor y la Europa del Medioevo (con la Iglesia Católica a la cabeza) la que lo condenó hasta casi su desaparición por motivos de superstición, ignorancia y maldad. Esto lo trataremos en otros post.
Dios sol "Ra"
En el Antiguo Egipto,  identificaban a los leones que merodeaban alrededor de su tierra con el Sol, creían que a la puesta del sol, su Dios “Ra”, moría para descender al infra-mundo (el mundo de los muertos) por el Oeste, para renacer de nuevo en el Este, al amanecer.

Los egipcios creían que durante la noche, “Ra” podría encontrarse en gran peligro, ya que sus enemigos, encabezados por el gran serpiente Apophis no dudarían en tomarlo desprevenido y atacarlo, poniendo así el universo entero en peligro.

La gran serpiente Apophis enemiga de Ra

Atribuían a los leones la
 custodia de su dios hasta la puesta del sol, ya que éstos podían mantener vivos los rayos solares en sus ojos.


Los leones al igual que los felinos domésticos, tienen la propiedad en sus ojos de reflejar la luz en la oscuridad,  y los egipcios asociaban a los leones con los gatos.



Los egipcios crían que los leones podían matar a las serpientes por la noche, por lo cual se colocaban las imágenes o esculturas de ellos a las entradas de los templos para que los protejan de las criaturas de la noche, algo muy común en muchas otras culturas del mundo.

En Egipto construyeron la Esfinge, que es el dios Sol, con el cuerpo de un león y la cabeza de un faraón, como una fusión entre el dios y el hombre.

La Esfinge puesta a la entrada de los edificios, protegía de las criaturas de la noche
Cuerpo de felino y cabeza de faraón

También veneraban a la diosa Sekhmet, que era la diosa de la guerra encargada de destruir a los enemigos del dios Ra. Cuerpo de mujer y cabeza de león.


Estas diosas representaban el balance entre el bien y el mal en la naturaleza humana. Sekhmet (cabeza de león, cuerpo de mujer) era una diosa violenta, fiera y destructiva, se asociaba con la guerra. Bastet, por el contrario, simbolizaba la fertilidad, maternidad, alegría, belleza, danza y placer. A ella se le atribuía el poder de hacer que crecieran las cosechas, así como la capacidad de proteger a los seres humanos de la enfermedad y los malos espíritus. 


Mau es la palabra con que los egipcios nominaban a los gatos y también el nombre de una diosa que otorgaba protección. Los guerreros egipcios llevaban máscaras de gato con la esperanza de que el espíritu de los gatos muertos entren en sus cuerpos y les brindaran las cualidades felinas del sigilo y astucia, para transformarse así, en grandes guerreros.




Un concepto común entre los egipcios era el poder que ejercía la belleza física, la estética. Esa belleza tenía su ideal en el aspecto felino.

El maquillaje que solían utilizar tanto varones como mujeres, especialmente en los ojos,  les daba un misterioso aire gatuno.

Los niños egipcios eran consagrados a Bastet (la diosa gato), haciendo un corte en su brazo y vertiendo gotas de sangre de un gato sobre la herida. 



Era representada acompañada de gatitos y las parturientas la invocaban para tener un alumbramiento feliz


Cuando moría un gato, su familia debían dar muestras de luto que para la sociedad egipcia se manifestaba afeitándose las cejas.

Existían estrictas leyes sobre el cuidado de los gatos y si alguien osaba matar a alguno era pasible de la pena de muerte.

Howard Carter descubridor de la tumba de Tutankamon y  Lord Carnarvon quien la financió

Lord Carnarvon quien financió la expedición que descubrió la tumba de Tutankamon y un entusiasta en el estudio de la civilización egipcia a la que difundió con gran pasión, despertando el interés en muchos científicos del mundo;  le despertó su gran interés por la egiptología el haber encontrado gatos adentro de  varios sarcófagos egipcios.

En los hogares egipcios actuales perdura el culto al gato

Los gatos egipcios se propagaron desde Egipto al mundo por el aumento en el comercio internacional con el Antiguo Egipto, especialmente con los fenicios y los romanos.


Los gatos domésticos en Egipto son todavía muy respetados.
Los egipcios actuales creen que existe un vínculo terrenal con los seres humanos y los gatos, que perdura a través de los tiempos, mostrándolos como un símbolo de eternidad, algo que los egipcios antiguos ya sabían y por lo tanto los veneraban. 
 

EL GATO QUE CAMINABA SOLO /RUDYARD KIPLING


El gato que caminaba solo RUDYARD KIPLING
http://unviejogatoazul.blogspot.mx/2012/08/el-gato-que-caminaba-solo-rudyard.html

Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. 

El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato.

 El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.  También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida.

 La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo: 

- Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar. 

Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestre, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. 

Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo. 

En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo: 

- Oh, amigos y enemigos míos, ¿por qué han hecho esa luz tan grande el Hombre y la Mujer en esa enorme cueva? ¿cómo nos perjudicará a nosotros? 

Perro Salvaje alzó el morro, olfateó el aroma del asado de cordero y dijo: 

- Voy a ir allí, observaré todo y me enteraré de lo que sucede, y me quedaré, porque creo que es algo bueno. Acompáñame, Gato.  - ¡ Ni hablar! - replicó el Gato - . Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte.  - Entonces nunca volveremos a ser amigos - apostilló Perro Salvaje, y marchóse trotando hacia la cueva. 

Pero cuando el Perro se hubo alejado un corto trecho, el Gato se dijo a si mismo: 

- Si no me importa estar aquí o allá, ¿por qué no he de ir allí para observarlo todo y enterarme de lo que sucede y después marcharme? 

De manera que siguió al Perro con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.  
Cuando Perro Salvaje llegó a la boca de la cueva, levantó ligeramente la piel de Caballo con el morro y husmeó el maravilloso olor del cordero asado. La Mujer lo oyó, se rió y dijo: 

- Aquí llega la primera criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?  - Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo, ¿qué es eso que tan buen aroma desprende en la salvaje espesura? - preguntó Perro Salvaje. 

Entonces la Mujer cogió un hueso de cordero asado y se lo arrojó a Perro Salvaje diciendo: 

- Criatura salvaje de la salvaje espesura, si ayudas a mi Hombre a cazar de día y a vigilar esta cueva de noche, te daré tantos huesos asados como quieras.  - ¡Ah! - exclamó el Gato al oírla - , esta Mujer es muy sabia, pero no tan sabia como yo. 

Perro Salvaje entró a rastras en la cueva, recostó la cabeza en el regazo de la Mujer y dijo:
-          Oh, amiga mía y esposa de mi amigo, ayudaré a tu Hombre a cazar durante el día y de noche vigilaré vuestra cueva.  - ¡Ah! - repitió el Gato, que seguía escuchando - , este Perro es un verdadero estúpido. 

Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad. Pero no le contó nada a nadie.  
Al despertar por la mañana, el Hombre exclamo: 

- ¿Qué hace aquí Perro Salvaje?  - Ya no se llama Perro Salvaje - le corrigió la Mujer - , sino Primer Amigo, porque va a ser nuestro amigo por los siglos de los siglos.
 Llévalo contigo cuando salgas de caza. 

La noche siguiente la Mujer cortó grandes brazadas de hierba fresca de los prados y las secó junto al fuego, de manera que olieran como heno recién segado; luego tomó asiento a la entrada de la cueva y trenzó una soga con una piel de caballo; después se quedó mirando el hueso de hombro de cordero, la enorme paletilla, e hizo un conjuro, el segundo Conjuro Cantado del mundo.  En la salvaje espesura, los animales salvajes se preguntaban qué le habría ocurrido a Perro Salvaje. Finalmente, Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo: 

- Iré a ver por qué Perro Salvaje no ha regresado. Gato, acompáñame.  - ¡ Ni hablar! - respondió el Gato - . Soy el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No pienso acompañarte. 

Sin embargo, siguió a Caballo Salvaje con mucho, muchísimo sigilo, y se escondió en un lugar desde donde podría oír todo lo que se dijera.  Cuando la Mujer oyó a Caballo Salvaje dando traspiés y tropezando con sus largas crines, se rió y dijo: 

- Aquí llega la segunda criatura salvaje de la salvaje espesura. ¿Qué deseas?  - Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo - respondió Caballo Salvaje - , ¿dónde está Perro Salvaje? 

La Mujer se rió, cogió la paletilla de cordero, la observó y dijo: 

- Criatura salvaje de la salvaje espesura, no has venido buscando a Perro Salvaje, sino porque te ha atraído esta hierba tan rica. 

Y dando traspiés y tropezando con sus largas crines, Caballo Salvaje dijo: 

- Es cierto, dame de comer de esa hierba.  - Criatura salvaje de la salvaje espesura - repuso la Mujer - , inclina tu salvaje cabeza, ponte esto que te voy a dar y podrás comer esta maravillosa hierba tres veces al día.  - ¡Ah! - exclamó el Gato al oírla - , esta Mujer es muy lista, pero no tan lista como yo. 

Caballo Salvaje inclinó su salvaje cabeza y la Mujer le colocó la trenzada soga de piel en torno al cuello. Caballo Salvaje relinchó a los pies de la Mujer y dijo: 

- Oh, dueña mía y esposa de mi dueño, seré tu servidor a cambio de esa hierba maravillosa.  - ¡Ah! - repitió el Gato, que seguía escuchando - , ese Caballo es un verdadero estúpido. 

Y se alejó por la salvaje y húmeda espesura meneando la cola y andando sin otra compañía que su salvaje soledad.  Cuando el Hombre y el Perro regresaron después de la caza, el Hombre preguntó: 

- ¿Qué está haciendo aquí Caballo Salvaje?  - Ya no se llama Caballo Salvaje - replicó la Mujer - , sino Primer Servidor, porque nos llevará a su grupa de un lado a otro por los siglos de los siglos. Llévalo contigo cuando vayas de caza. 

Al día siguiente, manteniendo su salvaje cabeza enhiesta para que sus salvajes cuernos no se engancharan en los árboles silvestres, Vaca Salvaje se aproximó a la cueva, y el Gato la siguió y se escondió como lo había hecho en las ocasiones anteriores; y todo sucedió de la misma forma que las otras veces; y el Gato repitió las mismas cosas que había dicho antes, y cuando Vaca Salvaje prometió darle su leche a la Mujer día tras día a cambio de aquella hierba maravillosa, el Gato se alejó por la salvaje y húmeda espesura, caminando solo como era su costumbre.  Y cuando el Hombre, el Caballo y el Perro regresaron a casa después de cazar y el Hombre formuló las mismas preguntas que en las ocasiones anteriores, la Mujer dijo: 

- Ya no se llama Vaca Salvaje, sino Donante de Cosas Buenas. Nos dará su leche blanca y tibia por los siglos de los siglos, y yo cuidaré de ella mientras vosotros tres salís de caza. 

Al día siguiente, el Gato aguardó para ver si alguna otra criatura salvaje se dirigía a la cueva, pero como nadie se movió, el Gato fue allí solo, y vio a la Mujer ordeñando a la Vaca, y vio la luz del fuego en la cueva, y olió el aroma de la leche blanca y tibia. 

- Oh, enemiga mía y esposa de mi enemigo - dijo el Gato - , ¿a dónde ha ido Vaca Salvaje? 

La Mujer rió y respondió: 

- Criatura salvaje de la salvaje espesura, regresa a los bosques de donde has venido, porque ya he trenzado mi cabello y he guardado la paletilla, y no nos hacen falta más amigos ni servidores en nuestra cueva.  
- No soy un amigo ni un servidor - replicó el Gato - . Soy el Gato que camina solo y quiero entrar en vuestra cueva. 
 - ¿Por qué no viniste con Primer Amigo la primera noche? - preguntó la Mujer. 
 - ¿Ha estado contando chismes sobre mí Perro Salvaje? - inquirió el Gato, enfadado. 


Entonces la Mujer se rió y respondió: 

- Eres el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. No eres un amigo ni un servidor. Tú mismo lo has dicho. Márchate y camina solo por cualquier lugar. 

Fingiendo estar compungido, el Gato dijo: 

- ¿Nunca podré entrar en la cueva? ¿Nunca podré sentarme junto a la cálida lumbre? ¿Nunca podré beber la leche blanca y tibia? 
Eres muy sabia y muy hermosa. No deberías tratar con crueldad ni siquiera a un gato.  
- Que era sabia no me era desconocido, mas hasta ahora no sabía que fuera hermosa. 
Por eso voy a hacer un trato contigo. Si alguna vez te digo una sola palabra de alabanza, podrás entrar en la cueva. 
 - ¿Y si me dices dos palabras de alabanza? - preguntó el Gato.  - Nunca las diré - repuso la Mujer - , mas si te dijera dos palabras de alabanza, podrías sentarte en la cueva junto al fuego.  - ¿Y si me dijeras tres palabras? - insistió el Gato.  - Nunca las diré - replicó la Mujer - , pero si llegara a decirlas, podrías beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos. 

Entonces el Gato arqueó el lomo y dijo: 

- Que la cortina de la entrada de la cueva y el fuego del rincón del fondo y los cántaros de leche que hay junto al fuego recuerden lo que ha dicho mi enemiga y esposa de mi enemigo - y se alejó a través de la salvaje y húmeda espesura meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su propia y salvaje soledad 

Por la noche, cuando el Hombre, el Caballo y el Perro volvieron a casa después de la caza, la Mujer no les contó el trato que había hecho, pensando que tal vez no les parecería bien. 
El Gato se fue lejos, muy lejos, y se escondió en la salvaje v húmeda espesura sin más compañía que su salvaje soledad durante largo tiempo, hasta que la Mujer se olvidó de él por completo. Sólo el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que colgaba del techo de la cueva sabía dónde se había escondido el Gato y todas las noches volaba hasta allí para transmitirle las últimas novedades.  Una noche el Murciélago dijo: 

- Hay un Bebé en la cueva. Es una criatura recién nacida, rosada, rolliza y pequeña, y a la Mujer le gusta mucho.  - Ah - dijo el Gato, sin perderse una palabra - , pero ¿qué le gusta al Bebé?  - Al Bebé le gustan las cosas suaves que hacen cosquillas - respondió el Murciélago - . Le gustan las cosas cálidas a las que puede abrazarse para dormir Le gusta que jueguen con él. Le gustan todas esas cosas.  - Ah - concluyó el Gato - , entonces ha llegado mi hora. 

La noche siguiente, el Gato atravesó la salvaje y húmeda espesura y se ocultó muy cerca de la cueva a la espera de que amaneciera. Al alba, la mujer se afanaba en cocinar y el Bebé no cesaba de llorar ni de interrumpirla; así que lo sacó fuera de la cueva y le dio un puñado de piedrecitas para que jugara con ellas. Pero el Bebé continuó llorando.  Entonces el Gato extendió su almohadillada pata y le dio unas palmaditas en la mejilla, y el Bebé hizo gorgoritos; luego el Gato se frotó contra sus rechonchas rodillas y le hizo cosquillas con el rabo bajo la regordeta barbilla. Y el Bebé rió; al oírlo, la Mujer sonrío.  Entonces el Murciélago, el pequeño Murciélago Cabezabajo que estaba colgado a la entrada de la cueva dijo: 

- Oh, anfitriona mía, esposa de mi anfitrión v madre de mi anfitrión, una criatura salvaje de la salvaje espesura está jugando con tu Bebé y lo tiene encantado.  - Loada sea esa criatura salvaje, quienquiera que sea - dijo la Mujer enderezando la espalda - , porque esta mañana he estado muy ocupada y me ha prestado un buen servicio. 

En ese mismísimo instante, querido mío, la piel de caballo que estaba colgada con la cola hacia abajo a la entrada de la cueva cayó al suelo... ¡Cómo así!... porque la cortina recordaba el trato, y cuando la Mujer fue a recogerla... ¡hete aquí que el Gato estaba confortablemente sentado dentro de la cueva! 

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , soy yo, porque has dicho una palabra elogiándome y ahora puedo quedarme en la cueva por los siglos de los siglos. Mas sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. 


Muy enfadada, la Mujer apretó los labios, cogió su rueca y comenzó a hilar.  Pero el Bebé rompió a llorar en cuanto el Gato se marchó; la Mujer no logró apaciguarlo y él no cesó de revolverse ni de patalear hasta que se le amorató el semblante.  - Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , coge una hebra del hilo que estás hilando y átala al huso, luego arrastra éste por el suelo y te enseñaré un truco que hará que tu Bebé ría tan fuerte como ahora está llorando.  - Voy a hacer lo que me aconsejas - comentó la Mujer - , porque estoy a punto de volverme loca, pero no pienso darte las gracias. 

Ató la hebra al pequeño y panzudo huso y empezó a arrastrarlo por el suelo. El Gato se lanzó en su persecución, lo empujó con las patas, dio una voltereta y lo tiró hacia atrás por encima de su hombro; luego lo arrinconó entre sus patas traseras, fingió que se le escapaba y volvió a abalanzarse sobre él. Viéndole hacer estas cosas, el Bebé terminó por reír tan fuerte como antes llorara, gateó en pos de su amigo y estuvo retozando por toda la cueva hasta que, ya fatigado, se acomodó para descabezar un sueño con el Gato en brazos. 

- Ahora - dijo el Gato - le voy a cantar A Bebé una canción que le mantendrá dormido durante una hora. 

Y comenzó a ronronear subiendo y bajando el tono hasta que el Bebé se quedó profundamente dormido. contemplándolos, la Mujer sonrió y dijo: 

- Has hecho una labor estupenda. No cabe duda de que eres muy listo, oh, Gato. 

En ese preciso instante, querido mío, el humo de la fogata que estaba encendida al fondo de la cueva descendió desde el techo cubriéndolo todo de negros nubarrones, porque el humo recordaba el trato, y cuando se disipó, hete aquí que el Gato estaba cómodamente sentado junto al fuego. 

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , aquí me tienes, porque me has elogiado por segunda vez y ahora podré sentarme junto al cálido fuego del fondo de la cueva por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. 

Entonces la Mujer se enfadó mucho, muchísimo, se soltó el pelo, echó más leña al fuego, sacó la ancha paletilla de cordero y comenzó a hacer un conjuro que le impediría elogiar al Gato por tercera vez. No fue un Conjuro Cantado, querido mío, sino un Conjuro Silencioso; y, poco a poco, en la cueva se hizo un silencio tan profundo que un Ratoncito diminuto salió sigilosamente de un rincón y echó a correr por el suelo. 

- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , ¿forma parte de tu conjuro ese Ratoncito?  - No - repuso la Mujer, y, tirando la paletilla al suelo, se encaramó a un escabel que había frente al fuego y se apresuró a recoger su melena en una trenza por miedo a que el Ratoncito trepara por ella.  - ¡Ah! - exclamó el Gato, muy atento - , entonces ¿el Ratón no me sentará mal si me lo zampo?  - No - contestó la Mujer, trenzándose el pelo - ; zámpatelo ahora mismo y te quedaré eternamente agradecida. 

El Gato dio un salto y cayó sobre el Ratón. 

- Un millón de gracias, oh, Gato - dijo la Mujer - . Ni siquiera Primer Amigo es lo bastante rápido para atrapar Ratoncitos como tú lo has hecho. Debes de ser muy inteligente. 

En ese preciso instante, querido mío, el cántaro de leche que estaba junto al fuego se partió en dos pedazos... ¿Cómo así?... porque recordaba el trato, y cuando la Mujer bajó del escabel... ¡hete aquí que el Gato estaba bebiendo a lametazos la leche blanca y tibia que quedaba en uno de los pedazos rotos! 
- Oh, enemiga mía, esposa de mi enemigo y madre de mi enemigo - dijo el Gato - , aquí me tienes, porque me has elogiado por tercera vez y ahora podré beber leche blanca y tibia tres veces al día por los siglos de los siglos. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá. 

Entonces la Mujer rompió a reír, puso delante del Gato un cuenco de leche blanca y tibia y comentó: 

- Oh, Gato, eres tan inteligente como un Hombre, pero recuerda que ni el Hombre ni el Perro han participado en el trato y no sé qué harán cuando regresen a casa.  - ¿Y a mi qué más me da? - exclamó el Gato - . Mientras tenga un lugar reservado junto al fuego y leche para beber tres veces al día me da igual lo que puedan hacer el Hombre o el Perro.

Aquella noche, cuando el Hombre y el Perro entraron en la cueva, la Mujer les contó de cabo a rabo la historia del acuerdo, y el Hombre dijo: 

- Está bien, pero el Gato no ha llegado a ningún acuerdo conmigo ni con los Hombres cabales que me sucederán.
 Se quitó las dos botas de cuero, cogió su pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) y fue a buscar un trozo de madera y su cuchillo de hueso (y ya suman cinco), y colocando en fila todos los objetos, prosiguió: 
- Ahora vamos a hacer un trato. Si cuando estás en la cueva no atrapas Ratones por los siglos de los siglos, arrojaré contra ti estos cinco objetos siempre que te vea y todos los Hombres cabales que me sucedan harán lo mismo.  - Ah - dijo la Mujer, muy atenta - . Este Gato es muy - listo, pero no tan listo como mi Hombre. 

El Gato contó los cinco objetos (todos parecían muy contundentes) y dijo: 

- Atraparé Ratones cuando esté en la cueva por los siglos de los siglos, pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.  - No será así mientras yo esté cerca - concluyó el Hombre - . Si no hubieras dicho eso, habría guardado estas cosas (por los siglos de los siglos), pero ahora voy arrojar contra ti mis dos botas y mi pequeña hacha de piedra (y ya suman tres) siempre que tropiece contigo, y lo mismo harán todos los Hombres cabales que me sucedan.  - Espera un momento - terció el Perro - , yo todavía no he llegado a un acuerdo con él - sentóse en el suelo, lanzando terribles gruñidos y enseñando los dientes, y prosiguió - : Si no te portas bien con el Bebé por los siglos de los siglos mientras yo esté en la cueva, te perseguiré hasta atraparte, y cuando te coja te morderé, y lo mismo harán todos los Perros cabales que me sucedan.  - ¡Ah! - exclamó la Mujer; que estaba escuchando - . Este Gato es muy listo, pero no es tan listo como el Perro. 

El Gato contó los dientes del Perro (todos parecían muy afilados) y dijo: 

- Me portaré bien con el Bebé mientras esté en la cueva por los siglos de los siglos, siempre que no me tire del rabo con demasiada fuerza. Pero sigo siendo el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá.  - No será así mientras yo esté cerca - dijo el Perro - . Si no hubieras dicho eso, habría cerrado la boca por los siglos de los siglos, pero ahora pienso perseguirte y hacerte trepar a los árboles siempre que te vea, y lo mismo harán los Perros cabales que me sucedan. 

A continuación, el Hombre arrojó contra el Gato sus dos botas y su pequeña hacha de piedra (que suman tres), y el Gato salió corriendo de la cueva perseguido por el Perro, que lo obligó a trepar a un árbol; y desde entonces, querido mío, tres de cada cinco Hombres cabales siempre han arrojado objetos contra el Gato cuando se topaban con él y todos los Perros cabales lo han perseguido, obligándolo a trepar a los árboles. Pero el Gato también ha cumplido su parte del trato. Ha matado Ratones y se ha portado bien con los Bebés mientras estaba en casa, siempre que no le tirasen del rabo con demasiada fuerza. 

Pero una vez cumplidas sus obligaciones y en sus ratos libres, es el Gato que camina solo y a quien no le importa estar aquí o allá, y si miras por la ventana de noche, lo verás meneando su salvaje rabo y andando sin más compañía que su salvaje soledad... como siempre lo ha hecho.

EL GATO BAJO LA LLUVIA / ERNEST HEMINGWAY

Cuento de Ernest Hemingway El gato bajo la lluvia-
Sólo dos americanos paraban en el hotel. No conocían a ninguna de las personas que subían y bajaban por las escaleras hacia y desde sus habitaciones.


 La suya estaba en el segundo piso, frente al mar y al monumento de la guerra, en el jardín público de grandes palmeras y verdes bancos. Cuando hacía buen tiempo, no faltaba algún pintor con su caballete. A los artistas les gustaban aquellos árboles y los brillantes colores de los hoteles situados frente al mar.

Los italianos venían de lejos para contemplar el monumento a la guerra, hecho de bronce que resplandecía bajo la lluvia.El agua se deslizaba por las palmeras y formaba charcos en los senderos de piedra. Las olas se rompían en una larga línea y el mar se retiraba de la playa, para regresar y volver a romperse bajo la lluvia.

  Los automóviles se alejaban de la plaza donde estaba el monumento. Del otro lado, a la entrada de un café, un mozo estaba contemplando el lugar ahora solitario.La dama americana lo observó todo desde la ventana.

En el suelo, a la derecha,un gato se había acurrucado bajo uno de los bancos verdes. Trataba de achicarse todo lo posible para evitar las gotas de agua que caían a los lados de su refugio. El gato tenía que estar a la derecha. 


Tal vez pudiera acercarse protegida por los aleros. -Voy a buscar ese gatito -dijo ella. - Iré yo, si quieres -se ofreció su marido desde la cama. -No, voy yo. El pobre minino se acurrucaba bajo el banco para no mojarse ¡Pobrecito! El hombre continuó leyendo, apoyado en dos almohadas, al pie de la cama. -No te mojes -le advirtió.
La mujer bajó y el dueño del hotel se levantó y le hizo una reverencia cuando ella pasó delante de su oficina, que tenía el escritorio al fondo. El propietario era un hombre muy viejo y muy alto. Il piove -expresó la americana. El dueño del hotel le resultaba simpático. -Si, si signora, brutto tempo. Es un tiempo muy malo. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio.Ella experimentó una rara sensación. Se quedó detrás del escritorio, al fondo de la oscura habitación. A la mujer le gustaba. Le gustaba la seriedad con que recibía cualquier queja. Le gustaba su dignidad y su manera de servirla y de desempeñar su papel de hotelero. Le gustaba su rostro viejo y triste y sus manos grandes. 
Estaba pensando en aquello cuando abrió la puerta y asomó la cabeza. La lluvia había arreciado. Un hombre con un impermeable cruzó la plaza vacía y entró en el café. El gato tenía que estar a la derecha. Tal vez pudiera acercarse protegida por los aleros.Mientras tanto, un paraguas se abrió detrás. Era la sirvienta encargada de su habitación, mandada sin duda, por el hotelero. -No debe mojarse- dijo la muchacha en italiano, sonriendo.
Mientras la criada sostenía el paraguas a su lado, la americana marchó por el sendero de piedra hasta llegar al sitio indicado, bajo la ventana. El banco estaba allí, brillando bajo la lluvia, pero el gato se había ido. La mujer se sintió desilusionada.
  La criada la miró con curiosidad. -Ha perduto qualque cosa, signora? -Había un gato aquí- contestó la americana. -¿Un gato? -Si, il gatto. -¿Un gato? -la sirvienta se echó a reír -¿Un gato? ¿Bajo la lluvia? -Sí; se había refugiado en el banco -y después- ¡Oh! ¡Me gustaba tanto! Quería tener una gatito. Cuando habló en inglés la doncella se puso seria. -Venga, signora. Tenemos que regresar. Si no, se mojará. -Me lo imagino- dijo la extranjera.
Volvieron al hotel por el sendero de piedra. La muchacha se detuvo en la puerta para cerrar el paraguas. Cuando la americana pasó frente a la oficina, el padrone se inclinó desde su escritorio. Ella experimentó una rara sensación. El padrone la hacía sentirse muy pequeña y a la vez, importante. Tuvo la impresión de tener una gran importancia.
Después de subir por la escalera, abrió la puerta de su cuarto. George seguía leyendo en la cama. -¿Y el gato? -preguntó abandonado la lectura. -Se ha ido. -¿Y donde puede haberse ido? -dijo él, descansando un poco la vista. La mujer se sentó en la cama. -¡Me gustaba tanto! No sé por qué lo quería tanto. Me gustaba ese pobre  gatito.No debe resultar agradable ser un pobre minino bajo la lluvia.




George se puso a leer de nuevo. Su mujer se sentó frente al espejo del tocador y empezó a mirarse con el espejo en mano. Se estudió el perfil, primero de un lado y después del otro, y por último se fijó en la nuca y en el cuello. -¿No te partece que me convendría dejarme crecer el pelo? -le preguntó, volviendo a mirarse de perfil. George levantó la vista y vio la nuca de su mujer, rapada como la de un muchacho. -A mí me gusta como está. -¡Estoy cansada de llevarlo tan corto! Ya estoy harta de parecer siempre un muchacho. 



 George cambió de posición en la cama. No le había quitado la mirada de encima desde que ella empezó a hablar. -¡Caramba! Si estás muy bonita -dijo. La mujer dejó el espejo sobre el tocador y se fue a mirar por la ventana. Anochecía ya. 

 -Quisiera tener el pelo más largo, para poder hacerme moño. Estoy cansada de sentir la nuca desnuda cada vez que me toco. Y también quisiera tener un gatito que se acostara en mi falda y ronroneara cuando yo lo acariciara. -¿Sí? -dijo George. -Y además quiero comer en una mesa con velas y con mi propia vajilla. Y quiero que sea primavera y cepillarme el pelo frente al espejo, tener un gatito y algunos vestidos nuevos. Quisiera tener todo eso. 


-¡Oh! ¿Por qué no te callas y lees algo? -dijo George reanudando su lectura. Su mujer miraba desde la ventana. Ya era de noche y todavía llovía a través de las palmeras. -De todos modos quiero tener un gato -dijo-.Quiero un gato. Quiero un gato. ahora mismo. si no puedo tener el pelo largo ni divertirme, por lo menos necesito un gato.

 George no la escuchaba. Estaba leyendo su libro. Desde la ventana, ella vio que la luz se había encendido en la plaza. Alguien llamó a la puerta -Avanti- dijo george, mirando por encima del libro. En la puerta estaba la sirvienta. Traía un gran gato de color carey que pugnaba por zafarse de los brazos que lo sujetaban. -Con permiso -dijo la muchacha- el padrone me encargó que trajera esto para la signora.