viernes, 29 de noviembre de 2013
HISTORIAS DE UNA BANCA
El anciano observó curioso la tenue y cálida luz de aquel hombre sentado a su lado.
- ¿Qué es eso? - preguntó, al fin.
- Un alma... Mi alma - contestó el desconocido.
- Yo solía tener una de ésas - dijo el anciano con gesto indiferente.
- ¿ Y qué pasó? - preguntó interesado su interlocutor - ¿Ya no la tiene?
- No - contestó el viejo, con el rostro atiborrado de hastío. - Uno cree que sin una de esas cosas no se puede subsistir; y al final, terminan convirtiéndose en un gran problema.
Se acomodó en la banca y continuó en un tono más bajo.
- Tanto cuidarla, para que al final no sirva para nada.
El hombre, intrigado y asombrado, quiso saber más.
- No lo creo, sabe, me parece que todos deberíamos tener una; y procurar que siempre esté en muy buen estado.
El anciano se volvió a mirarlo.
- ¿Ah sí?.... Mencióneme un solo caso para el cual necesitarla.
- Bueno... - titubeó - Para amar.... para comprender a los demás... para sentir compasión, no sé... tiene muchos usos....
- Mire, amigo - contestó el anciano, en tono condescendiente - Por más fuertes y resistentes que uno crea que son esas cosas... en realidad son bastante frágiles. Y se pasa uno la vida alimentándola de buenos sentimientos, de ese amor y compasión que menciona, solo para que se maltrate cada día más. La remiendas, se te rompe, la intentas reparar, pero con cada embestida se van perdiendo algunos fragmentos que no vuelves a recuperar. Entonces tratas de armarla de nuevo, sustituyendo las piezas faltantes con algo que se le asemeje pero... no es lo mismo. Al final, terminas con un trozo de lo que un día fue un alma... un trozo carcomido y muy maltratado. Nada qué hacer. Mejor desecharla y quedarse así... vacío.
El hombre quedó un momento pensativo, en silencio.
- ¿Cómo se vive sin un alma? - preguntó.
- Se sobrevive - susurró el viejo .
- No me parece que sea muy ventajoso - dijo el hombre, titubeante - Cierto es que a veces parece que es más lo que nos estorba que lo que nos ayuda; pero el alma siempre es necesaria para vivir y así poder apreciar las cosas valiosas...
- ¿Apreciar? - interrumpió el anciano - Hace mucho tiempo que ya no sé lo que es eso. Desde que renuncié a mi alma dejé de sentir la brisa acariciándome la cara, por ejemplo. Pero creo que son sacrificios necesarios en pro de un bien mayor.
El hombre, incrédulo, miró fijamente al anciano y exclamó.
- ¡¿Qué bien puede hacer el tan sólo sentarse a ver pasar la vida sin disfrutar de ella?!... ¿Qué tiene de bueno el dejar de sentir amor... hasta por sí mismo?..
El anciano sonrió.
- ¿Preguntas, jovencito ingenuo, qué tiene de bueno? Dime, ¿Cuántas veces has sentido que das todo hasta el cansancio, en vano?... ¿Cuántas veces has amado sin ser correspondido?... ¿Cuántas veces has sentido arder tus entrañas por el rencor o el dolor?... ¿Cuánto tiempo has pasado sumergido en la desesperación, en la tristeza, en el arrepentimiento y hasta en el olvido?
El hombre sacó un pañuelo y se limpió el sudor de la frente.
- Bueno, sí... muchas veces... demasiadas, quizá... pero...
- Pero ¿Qué?... - lo interrumpió - Todo ese dolor, todos esos intentos de reconstruirte a ti mismo, todo ese enojo, esa impotencia... ¿Para qué? ¿A cambio de qué?... ¿De uno que otro momento de paz? ¿De una felicidad que te llega postergada y a cuentagotas?... Sufres, lloras, te humillas, enfureces, te cansas, casi te matas para alcanzar algo que jamás llega.... o que quizás llegue pero puedes estar seguro de que nunca se queda. Y siendo honestos, es mucho peor cuando llega lo que tanto ansías y enseguida se va.
Ambos quedaron en silencio. El ambiente se tornó frío y en calma. El anciano se levantó trabajosamente, apoyándose en su bastón.
- Escucha mis palabras, mi joven amigo, el alma es sólo para los débiles temerosos de aceptar la realidad tal cual es. Estarás mucho mejor sin una de esas cosas del infierno.
Fueron sus últimas palabras antes de alejarse. El hombre se quedó sentado en aquella banca, pensando que quizás el viejo tenía razón. Estaba cansado y harto del trabajo que le costaba mantener su alma cálida y luminosa. Y por un momento, pensó que ya no quería tener que ocuparse de ella.
"Es cierto", pensó. "Es demasiado trabajo para nada". Recargó su espalda y cerró un momento los ojos echando hacia atrás la cabeza.
Una voz interrumpió su momento de descanso.
- Disculpe abuelo, ¿Está ocupado este lado de la banca o me puedo sentar junto a usted?
El hombre se sobresaltó.
"¿Abuelo?" pensó "¿Acaba de llamarme 'abuelo'?"... Sorprendido miró sus manos, y las llevó lentamente a su rostro; con lo cual constató el precio que tuvo que pagar para deshacerse de su alma. El ahora anciano se volvió hacia el joven de gesto amable y amplia sonrisa que esperaba su respuesta.
- Adelante, siéntese - le dijo, aún desconcertado.
El joven tomó asiento junto a él y éste no pudo evitar notar la luz que irradiaba desde su interior.
- Esa.. ¿Es su alma? - preguntó, dudoso.
- Así es - Contestó el muchacho con orgullo.
- Y.. ¿Para qué necesita un alma? - preguntó el viejo, con gesto irónico, recordando su conversación anterior. - No me diga que "para amar", "para apreciar las cosas bellas de la vida" o "para sentir compasión"...
- Pero ¡Qué pregunta! - contestó entre risas - ¡Por supuesto que se puede utilizar para todas esas tonterías! Pero no es el propósito principal de un alma. No es para lo que realmente sirve.
El anciano dudó.
- Bueno, y si no es para eso, ¿Para qué es entonces?
- Para mantenerse y sentirse joven, obviamente. El amor, la compasión y todas esas trivialidades que menciona, vienen por añadidura.
El joven se levantó alisándose la ropa. Se inclinó hacia el viejo y mirándolo a los ojos le dijo, sin borrar la sonrisa de su rostro y guiñando un ojo.
- Sería terrible no tener alma, ¿No cree?
El viejo se quedó sentado, mirando a aquel joven alejarse, tarareando una pegajosa melodía. Y a pesar haber perdido su alma, experimentó en su interior algo muy parecido a la añoranza; sentimiento que le acompañó hasta que exhaló el último aliento, que no tardó mucho en llegar... éste sí... para quedarse.
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