lunes, 24 de junio de 2013
http://www.almabiologica.com/2013/06/caballitos-del-diablo.html
Caballitos del diablo
Las crónicas
japonesas del siglo V de nuestra era cuentan como Yuryako Tenno, vigésimo primer
emperador de Japón, cazaba un día en una llanura de la actual provincia de Nara
cuando fue importunado por un tábano. Al susodicho animalito no se le antojó
otra cosa que hacer una degustación gratuita de sangre real, picando al
emperador para satisfacer el singular capricho sin ni siquiera un sumimasen de por medio (con permiso, en
japonés), lo cual es todo un ultraje en la cultura más educada del mundo. El
emperador, física y mentalmente irritado, poco podía hacer para vengar tamaña
afrenta una vez el insecto emprendió el vuelo, pero ese instante, una libélula
descendió en picado y arremetió contra el vampiresco animal, devorándolo al
instante.
Sumamente complacido
con la acción, el emperador renombró la zona como Akitsu-no, o lo que es lo
mismo, Llanura de la Libélula. Este hecho, según las citadas referencias, fue el
origen del antiguo nombre de Japón: Akitsu Shima o Las Islas
Libélula.
Las libélulas, que
ya de por sí tenían buena reputación en esa lejana nación, fueron llamadas
kachi-mushi (insectos victoriosos) y consideradas como sinónimos de buena
suerte. Por tal motivo, comenzaron a ser utilizadas como motivos decorativos en
los cascos de los samurai y a aparecer en los emblemas familiares de los
nobles.
Desde entonces
llegaron a ser muy populares, lo cual es sólo una muestra de cómo la
extraordinaria variedad cultural que hemos desplegado por el planeta está sujeta
muchas veces a los detalles más insignificantes.
Pero por ello mismo,
lo blanco para unos, puede ser gris o negro para otros, particularmente en el
caso de los odonatos (nombre científico para las familias de las libélulas),
cuya consideración difiere radicalmente de una cultura a otra y pasa por todos
los estados posibles de la virtud a la infamia. Para los chinos, por ejemplo,
las libélulas representan la inestabilidad y debilidad. En Australia tampoco se
les tienen demasiada estima y en cambio para los indios navajos representan la
pureza del agua. En Europa la reputación viene a ser aún más siniestra, pues
desde el siglo XV estos insectos fueron vinculados al diablo infundadamente,
aunque algunas de aquellas historias han quedado muy arraigadas en las
costumbres.
La noche de San
Juan, noche mágica por excelencia del año, se encuentra repleta de innumerables
ritos para allanar el destino y obtener otras gracias de la diosa Fortuna, sobre
todo con la proliferación de tanto vidente e iluminado del desempleo. Aunque en
el lado de las tradiciones, una leyenda cántabra cuenta que, sólo en ese día,
los llamados caballucos del diablo pueden salir de su infernal morada para,
entre otras fechorías, destrozar los campos en busca de los tréboles de 4 hojas
nacidos esa misma noche. De esa forma evitan que los hombres puedan encontrarlos
y les sean concedidas las cuatro gracias de la vida, una por hoja: vivir 100
años, no sufrir ningún dolor, no pasar hambre y soportar cualquier contrariedad
con entereza.
Estos caballos
originarios del infierno son 7, encarnan a hombres que perdieron su alma por sus
pecados y cada uno tiene un pelaje de distinto color. Eran realmente temidos por
la población y su visión considerada signo de mal presagio, por lo que la gente
se protegía con una planta sagrada que los hacía inmune. Tienen unas grandes
alas transparentes por lo que presentan un gran parecido a libélulas gigantes,
por ello algunas de las familias de odonatos quedaron marcadas con el nombre
popular de caballitos del diablo.
Supuesta recreación de los caballucos |
Lógicamente
libélulas y caballitos poco tienen que ver con el ardiente infierno, justo lo
contrario, pues su medio de vida gira entorno al agua, allí cazan otros insectos
al vuelo, ponen sus huevos y las larvas viven de forma subacuática hasta que se
trasforman en los adultos alados que conocemos.
Los
caballitos se diferencian de las libélulas comunes por su menor tamaño y sus
ojos más separados, así como por la disposición de sus alas cuando se encuentran
en reposo, ya que estos las pliegan sobre sí, mientras que las libélulas las
dejan extendidas como un helicóptero, al margen de que su vuelo es menos
potente. Sin embargo sus costumbres reproductoras son muy parecidas y
peculiares. Cuando el macho divisa a una posible hembra receptiva, se acerca a
ella y la sujeta por la nuca con unos apéndices especiales que tiene al final de
su abdomen. A veces, el excitado caballito en su ciego fervor, por equivocación
o quién sabe si por aquello del toque exótico, sujeta a una hembra de otra raza,
ante lo cual el galán sólo se llevará un desengaño amoroso. Pero cuando no hay
equivocación y es aceptado, la pareja queda materialmente encadenada. Llegado el
momento, la hembra dobla totalmente su abdomen hasta llevarlo al órgano sexual
del macho, situado en la parte inferior del segundo segmento abdominal (detrás
de las patas), quedando encadenados en una especie de eslabón, pero antes de
consumar el acto el macho se asegurará del limpiar el esperma de un posible
compañero anterior. Después volverán a la configuración en cadena. Los
caballitos pueden permanecer encadenados incluso hasta la puesta de huevos,
desplazándose por el aire en esta formación dual, de esta forma el macho se
asegura la “fidelidad” de su pareja.
Hoy día, ni los
caballucos son temidos ni las libélulas tienen la misma consideración en el país
del sol naciente (que es lo que significa Nippon o Nihon, actual nombre japonés
de este país), pero ambos insectos han dejado algún otro legado bastante
curioso, pues su conducta sexual fue fuente de inspiración para alguna postura
de un famoso y antiguo texto hindú creado hace más de 2.000 años, el kamasutra,
donde una de las “poses” se denomina, precisamente, la libélula.
Escrito en mayo de 2007 en Morón de la
Frontera
No hay comentarios.:
Publicar un comentario