miércoles, enero 30, 2008

ACANTILADO


Estaba sentada sobre la piedra más alta del acantilado, su cabello largo jugaba con el viento y a veces golpeaba sus mejillas pálidas como la luna de plata que se empezaba a asomar sobre el mar. La sal de sus lágrimas, se confundía con la brisa del mar que llegaba a ella como pequeños torbellinos. En ese momento todo estaba a sus pies, su vida, su tristeza, pero también, así como la luna, su fuerza se empezaba a abrir camino en su corazón. La vida, tenía raíces muy fuertes que la ataban a esa piedra, y no le permitirían que diera un paso hacia el vacío, al contrario, le dieron la oportunidad de ser la dueña del mundo por un segundo, y la dejaron que echara un pequeño vistazo a todo lo que se perdería si decidía darse por vencida. La sangre que golpeaba sus venas y que hacía que su corazón se estrellara contra su pecho con fuerza le decían: “Vive”, “Tienes que vivir y vencer tus miedos”, “Una derrota no es un fracaso, es solo una lucha perdida, de las miles que tienes que enfrentar y luchar, porque nadie luchara tus batallas, esas son sólo tuyas”. ¿Quién le hablaba?, sus propios pensamientos se confundían con la voz de las olas al estrellarse contra las rocas, el viento le murmuraba palabras de aliento, mientras le acariciaba las mejillas. El mar lloraba con ella, pero al mismo tiempo su brisa besaba sus lágrimas y se las llevaba lejos. Poco a poco fue recostándose en la roca, y sus ojos cedieron al cansancio. Necesitaba descansar. Cerrar sus ojos y sus oídos. Quedarse en blanco. Empezar de nuevo.
Cuando abrió los ojos, el sol ya estaba muy alto. El mar jugaba tranquilo. El viento se había quedado dormido con ella y aún no despertaba. Bajó despacio, no tenía prisa de volver a su rutina diaria, pero ya no era la misma. Algo dentro de ella había cambiado. Estaba lista para empezar a escribir una nueva historia.

Lucía.

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