viernes, septiembre 21, 2007

ACAPULCO II

(ACAPULCO, LA QUEBRADA)

Hay veces que uno tiene tantas cosas que decir, que no se sabe por dónde empezar. Pero dice un Sabio muy sabio, je, que hay que empezar por el principio...

El mar, es el principio, la sal es la esencia que todos llevamos en nuestro interior, las lágrimas son 95% de sal, bueno eso me imagino porque son muy saladas y la torpeza es el 60% de mi constitución.

En fin, muchas palabras para no decir nada pero es un reflejo de mi confusión y mis últimas vivencias.

Bueno como ya dije, empezaré por el mar. Fuimos a Acapulco y los días que precedieron el viaje fueron muy difíciles y hasta poco agradables. Mis nervios estaban a 1500 x segundo, a punto de arrancarme la escasa cabellera cobriza, casi recién pintada. Eran demasiadas presiones y preocupaciones para poder tomarlas por los cuernos, al contrario, me hundían como un remolino hasta el fondo de un abismo donde no veía ni luz, ni sombra... bueno debo darme tres topes contra la pared repitiendo: exagere, exagere, exagere.

Para explicarme tendría que hablar demasiado y la verdad que no se me antoja profundizar tanto en esas preocupaciones que me tenían atrapado el corazón, el estómago y el alma en un puño bien apretado. Lo que sí puedo decir es que mis nervios llegaron al máximo cuando íbamos en el taxi y pareciamos no llegar nunca a la estación de camiones. Finalmente, cuando nos sentamos en nuestros lugares y el camión comenzó a avanzar pesadamente sobre el asfalto, sentí que por primera vez en mucho tiempo no tenía que preocuparme de nada, por lo menos no, mientras estuviéramos a la mitad de la nada, nos alejabamos de la ciudad en donde dejaba todos mis problemas en pausa, y no estabamos cerca aún del mar, un mar al que le tenía cierto miedo y de una casa que me esperaba lista para despertar viejos recuerdos, tristes y buenos recuerdos del único hogar que he conocido. Allá también esperaba una lucha o reconciliación con mi mamá con quien por mucho tiempo he llevado una relación lejana, superficial y dolorosa.

Finalmente, todo salió mucho mejor de lo que hubiera podido esperar, todo mejoró, y todo salió bien. Fueron 10 días de paz, de reencontrar una risa transparente sin dobleces ni sombras, de algo que perdí y que no recordaba, me sentí felíz. Valió la pena el viaje. A pesar de los 9 días y medio de lluvia, el agua se llevó con ella mucha tristeza y renovó la esperanza.


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