miércoles, octubre 28, 2015

LA PROMESA Por Lucía Marín



Mi nombre es Xóchitl, tengo 8 años y vivo en Acapulco, mi casa está muy arriba del cerro “El Veladero”, desde mi ventana puedo ver el mar tan grande que no se puede ver donde acaba, hasta allá me imagino que cae en cascada hacia el otro lado, me gustan los atardeceres porque todo el cielo se pone de colores, pero principalmente de rosa que es mi color favorito, tengo una gran roca afuera de mi casa donde desde muy chiquita mi mamá me enseñó a dibujar, siempre me decía que era mejor que una hoja de papel porque todos los sueños que dibujara ahí perdurarían para siempre como la misma roca.
Faltan muy pocos días para la celebración del día de muertos. A muchos niños les da miedo ir al cementerio, a mí no, yo siempre he ido a celebrar el día de muertos y me gusta mucho porque hay mucha luz y música. Mi abuelita Mechita, me ha enseñado que esos días vienen nuestros seres queridos que ya se fueron para estar un rato con nosotros en nuestro corazón. Este año es diferente porque tengo una cita muy importante. Mi abuelita me ha dejado decidir qué haremos de comer para llevar al panteón, ella dice que ya soy una experta. Pero primero lo primero…
Armada con un pincel delgado y varios botecitos de pintura de colores Xóchitl busca en su piedra un espacio libre para escribir.
-2 Noviembre 2015 – se queda mirando por un rato la fecha.
-¡Concéntrate Xóchitl!, se dice mientras se rasca la cabeza para liberar sus ideas…pero no mucho porque no sea que se le vayan a escapar como mariposas y luego no las alcance!
-A ver, a ver… ¿Qué es lo que más le gustaba?, se pregunta mientras se da unos golpecitos con el pincel en la boca…
Recuerda los “jueves pozoleros” y como siempre le decía que era completamente injusto que sólo los jueves se pudiera comer pozole, si a ella le gustaba tanto que podría comerlo los lunes, martes, miércoles y hasta el fin de semana entero… así que sí… Xóchitl tomó su pincel y puso un número “1” muy grande “Pozole con mucho orégano, cebolla, limón y chile piquín”.
-¡¡Uy!!!, también los tamales le gustaban mucho, de esos que vende Doña Licha todas las mañanas antes de salir el sol. Un día Doña Licha le enseñó cómo hacerlos, es una señora ya grande y gordita, se pone roja cuando bate la masa. Hace un año su hijo le regaló una batidora, pero Doña Licha no la usa porque dice que la masa se pone triste si no la bate con las manos.

Al llegar el atardecer recordó cuando los domingos se iban muy tempranito al mercado para hacer las compras de toda la semana. Primero se iban al puesto de Doña Socorrito a comprarse una bolsita de chilate bien frio y espumoso para agarrar fuerzas para el recorrido. Definitivamente no podía faltar el chilate y un gran mango paraíso (bien petacón y con mucho chilito) y un par de cocos sin piquete.
También había que comprar muchas flores, principalmente la flor de cempasúchil. Quería de todas y de todos colores, muchas, tantas como sus ahorros le permitieran comprar. Durante varios meses trabajó con Doña Licha a vender tamales y a despachar los refrescos en el puesto de La señora Inés, que vendía tacos de birria junto a la tortillería. Su alcancía prometía mucho porque ¡Pesaba horrores!
El sol terminó de ponerse, era hora de entrar a la casa y hacer la lista del mandado con su abuelita, sabía que todo iba a salir perfecto. Faltaba escoger las fotografías de quienes ya habían partido para poner en el altar de muertos, comprar velas, calaveritas de azúcar, de camote y si se podía unas de gomitas de colores.
Llegó el día tan esperado, todo estaba listo, todas las tumbas estaban adornadas y las velas encendidas, había arcos de flores por todos lados. Eso sí, la más bonita era la de su mamita Ana María. La mamá de Xóchitl había fallecido en enero, por eso esperaba con tantas ansías este día.


Al sonar las campanas de la pequeña Iglesia ubicada justamente al centro del cementerio, Xóchitl sintió una brisa tibia que le acarició el rostro y supo que la promesa de su mamá de darle un beso en la celebración de día de muertos se había cumplido.  Cerró los ojos y llevó su mano a los labios para mandarle un beso. 

Escrito por: Lucía Marín Octubre 2015, para el concurso del Canal 22, "Cuéntame uno de Muertos". 

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