Cuento de una sirena
El viejo y el mar
- Yo conocí una sirena.
La voz del viejo sonaba firme a unos metros de mi lugar en la barra. Recorría con los ojos cada espacio del que le devolvía la mirada en silencio, casi vacío como estaba. Hablaba sin un claro interlocutor, como si su historia fuese para todos los que pudiésemos oírlo. Como si se contara a sí mismo su memoria, repasando una anécdota que no quería que la vejez y el alcohol hicieran caer en la inmensa nada cegadora del olvido.
- En realidad no es que la conociera... yo no fui quién llegó a conocerla. – se corrigió inmediatamente, arrepentido, tratando de ganarse con aquella honestidad repentina algo de confianza en su trasnochada audiencia.
A pesar de su aspecto descuidado, sus arrugas improvisando violentos relieves en su rostro y los ojos profundamente dolidos por la de los años, lo cierto es que el viejo no daba ni un poco de pena. No fue lástima lo que hizo que me acercara hasta él y que le pidiera al detrás de la barra que llenara la copa del anciano. Tal vez fuera sólo curiosidad. A ciertas horas en que la noche misma comienza a debilitarse en su imperio de oscuridad, cuando el cansancio nos apresa pero se niega a arrojarnos a través del portal de la almohada, una historia puede ser más que bienvenida. Me acomodé junto al viejo notando que no era el curioso que se había acercado de alguna manera para escucharlo mejor. Una pareja de borrachos sentados contra una pared se inclinaron al mismo tiempo hacia la barra, una muchacha sentada sobre su novio que dormía apoyado sobre la mesa también giró lentamente para prestar atención al anciano. Cuando se dio cuenta de que yo había visto su movimiento miró para otro lado pretendiendo no estar interesada. “Anda, abuelito, cuéntanos una buena historia” podríamos haberle dicho. Pero como era de esperarse todos escuchamos guardando silencio.
“El que la conoció fue un joven... no supe su nombre.– bajó los párpados lentamente un momento, como si buscara acomodar los recuerdos para contarlos de la mejor manera posible. – Fue en Mar . Cinco años atrás. Pasaba varias noches bebiendo mientras caminaba por la arena hasta que encontraba un buen lugar para descansar y disfrutar el mar y las estrellas... o hasta que me costaba mantenerme en pie y me tiraba donde pudiera. Creo que esta fue una de esas noches, acostado entre las rocas de una escollera. El mar estaba particularmente tranquilo aquella noche, las olas que golpeaban a un par de metros nomás de donde yo estaba echado apenas alcanzaban a salpicarme.
Primero no lo escuché llegar. Será que estaba demasiado inmerso en mis propios pensamientos o que... bueno, mis sentidos estaban algo dispersos, ustedes entienden. No sé cuánto tiempo llevaba ahí sentado cuando comenzó a silbar y me di cuenta de su presencia.
De repente dejó de silbar y se hizo un hermoso silencio de noche junto al mar, más que roto yo diría acompañado por el suave estallido de las olas contra las piedras. Me pareció sentir que el muchacho se acomodaba o tal vez daba unos pasos hacia la punta de la escollera, cuando una nueva melodía resonó en el aire. Esta vez no se trataba del muchacho y aunque el sonido se sentía como un canto lo extraño era que no sonaba realmente como si proveniera de una voz. Como si se tratara de un extraño instrumento que más que imitar la voz humana la realzara de algún modo, le agregara una mística única, un encanto irrepetible.
Sentí como si todo mi cuerpo se despertara de algún modo, ahí echado entre las sombras, como si cada fibra de mi ser me urgiera a levantarme y correr hacia el origen de aquella dorada melodía. Pero el alcohol en la sangre me dificultaba reaccionar así que intenté disfrutar quieto un rato más. Escuché entonces como el joven en cambio no se resistía al hechizo aquel y saltando de roca en roca avanzaba por la escollera. Aproveché el momento para enderezar un poco mi cuerpo contra una roca de manera tal que pude asomarme para mejor lo que ocurría.
En el otro extremo de la escollera alcancé a ver una figura acostada sobre una piedra. Parecía como si tuviera una parte de su cuerpo el agua. El joven se acercaba rápidamente cuando la canción llegó a su fin. Tuve que esforzarme un poco para entenderlo cuando comenzó a hablar:
- ¿Cómo hacés algo tan increíble? - el tono de su voz no se preocupaba en absoluto por ocultar su total fascinación.
La misteriosa figura no respondió entonces. De algún modo supe que estaba sonriendo. Me odié por no poder estar lo suficientemente cerca para contemplar esa sonrisa.
- ¿Cómo te llamás? - insistió el muchacho.
- ¿Es eso lo que te interesa de mí? ¿Saber mi nombre? - No hace falta que diga que la voz que sonó era la de una . Pero no una mujer cualquiera. Era la voz de la mujer. O algo más allá. Como si un sueño, un ideal, tomara forma entre las sombras y se corporizara en forma de un sonido, una palabra, un suspiro. Me estremecí en mi escondite, y si yo sentí eso a la distancia, mezclándose la voz con el ruido del mar y la suave brisa, no puedo entender cómo logró el joven mantenerse de pie y no caer sobre sus rodillas. Inmediatamente busqué la forma de acercarme un poco más, arrastrándome entre las sombras.
- No, no... claro que no. - se corrigió enseguida mientras daba un paso más hacia ella. - Es que quiero saberlo todo. Me preguntás qué me interesa, y después de haberte escuchado y viéndote ahora no puedo pensar en algo que no quiera conocer o compartir con vos.
Barato, muy barato, fue lo que sentí primero. Pero enseguida me di cuenta de que realmente sentía cada una de las palabras que decía. Y luego hasta sentí rabia de no ser yo el que estaba en su lugar, deseando que esas frases hubiesen salido de mi boca en lugar del aliento a vino que era todo lo que podía exhalar en ese momento, ese vino que sí había sido barato, muy barato.
- Hacía mucho que no cantaba... - dijo ella con voz suave, como si confesara un acto terrible. Y teniendo en cuenta la forma en que cantaba, había ciertamente algo de terrible en no hacerlo.
- ¿Por qué? - preguntó él, preocupado.
- No tenía ganas. No había nada que despertara mi espíritu a expresarse, y si él está dormido qué sentido tiene cantar..
- ¿Qué fue lo que te despertó esta noche entonces? ¿A quién le debo mi eterna gratitud?
- Tu rostro. Te vi y supe enseguida que te necesitaba, que mi cuerpo entero te deseaba.
Vamos, pensé entonces, no puede ser que sigas de pie. Arrodilláte de una vez. Pero eso no pasó. Todo lo que hizo fue dar un paso más hacia ella, que permanecía sentada sobre la última roca de la escollera, a un par de metros del muchacho. Aproveché aquel momento para acercarme un poco más, lentamente, y me acomodé una vez más entre unas piedras, oculto entre las sombras.
Y entonces la vi. (Cualquier cosa que intente decir para describir la perfección de su estará a años luz de hacerle justicia, así que no voy a pretender que puedo describirla. De todos modos no hay forma en que ustedes hubieran podido imaginarla. )
- Soy tuyo. - fue todo lo que pudo decir. Entonces comprendí que aunque se sostuviera de pie, todo su ser ya estaba tendido a los pies de aquella misteriosa figura.
Dio dos pasos más hacia ella que mientras tanto extendió sus brazos ansiando el contacto de ambos cuerpos, el encuentro de dos mundos urgidos de unirse. Cuando sus dedos llegaron a tocarse el muchacho finalmente se dejó caer de rodillas frente a ella. Los brazos de ambos se enlazaron buscando sus espaldas, enredándose en un abrazo tierno y pausado. Cuando sus labios se encontraron algo cambió en el aire. El mar comenzó a rugir al tiempo que un frío viento empezaba a soplar con fuerza sobre la playa y las olas se violentaban contra las rocas. No sólo el clima y el mar se habían transformado.
Fue un movimiento sutil, casi imperceptible, sin dudas imposible de notar para el muchacho que estaba completamente sumergido en aquel hechizo. La sirena bajó su mano derecha recorriendo el cuerpo del muchacho, se volvió hacia atrás donde la perdí de vista un momento para elevarse luego sosteniendo una roca entre sus dedos que lucían como garras a la frágil luz de la luna. Sin detener el beso aquel bajó entonces la roca sobre la cabeza del joven que cayó de costado, inmóvil, probablemente inconsciente.
En ese momento pude ver su nuevo rostro, los ojos inyectados de una furia amarillenta, los dientes como infinitas hileras de colmillos reflejando la luz. Y su voz que sonó en un grito de horror que me aturdió hasta obligarme a taparme los oídos. Un grito acompañado por el ruido de la roca cayendo una y otra vez sobre el cuerpo del joven hasta golpear y destrozar sus huesos, bañando la roca con sangre y trozos de carne desgarrada.
Aún con el estómago revuelto, tiritando por el frío y la repulsión, no pude quitarle los ojos de encima ni un segundo. Contemplé cada mínimo movimiento de su cuerpo, observé cómo se retorcía sobre el cadáver destrozado, como lo arrastraba hacia el mar enganchándolo en una roca semi-hundida, como luego volvía sobre la escollera y lamía con los ojos cerrados de placer cada pequeño charco de sangre, devorando esos pequeños trozos que había desparramado por las piedras.
Cuando terminó de limpiarlo todo, dio y serpenteó hasta zambullirse en el mar. Pensé que que eso había sido todo, pero antes de desaparecer volvió a la superficie una vez más y clavó sus ojos en el rincón donde yo estaba escondido. Me estremecí una vez más pero ya no por el espanto. Me di cuenta de que su rostro había vuelto a ser hermoso. Quise moverme, salir al descubierto, descubrirme convencido en mi necesidad de lanzarme hacia ella. Pero apenas moví un músculo la sirena sonrió y se sumergió por última vez llevando consigo el cadaver del muchacho.
El viento se detuvo en ese mismo instante pero puedo asegurarles que continué tiritando un largo rato más.”
El viejo le dio un sorbo a su trago.
- Esa es mi historia. – concluyó entonces.
La muchacha que había seguido su relato con atención llamó al mozo pidiéndole la cuenta y despertó a su novio. Los dos borrachos contra la pared se miraron y lanzaron una carcajada al únisono.
- Tuvo suerte, amigo. – le dije por lo bajo.
- ¿Suerte? ¡Ja! – rió burlonamente un segundo y luego permaneció quieto con la vista perdida al frente. – Si supieras cuántas noches volví a la escollera esperando que ella regresara a buscarme. Si lo supieras, muchacho...
Después sonrió con tristeza y bajó la vista, evidenciando un cansancio que iba más allá de la hora y la cantidad de recuerdos recobrados.
Pensé entonces que algunos tal vez prefieren morir por algo a lo que puedan llamar amor antes que acabar sufriendo el cansancio de estar vivo. Terminé mi trago sin decir una palabra. Y en silencio abandoné aquel lugar que sobrevivía inundado de nostalgias ajenas.
- Yo conocí una sirena.
La voz del viejo sonaba firme a unos metros de mi lugar en la barra. Recorría con los ojos cada espacio del que le devolvía la mirada en silencio, casi vacío como estaba. Hablaba sin un claro interlocutor, como si su historia fuese para todos los que pudiésemos oírlo. Como si se contara a sí mismo su memoria, repasando una anécdota que no quería que la vejez y el alcohol hicieran caer en la inmensa nada cegadora del olvido.
- En realidad no es que la conociera... yo no fui quién llegó a conocerla. – se corrigió inmediatamente, arrepentido, tratando de ganarse con aquella honestidad repentina algo de confianza en su trasnochada audiencia.
A pesar de su aspecto descuidado, sus arrugas improvisando violentos relieves en su rostro y los ojos profundamente dolidos por la de los años, lo cierto es que el viejo no daba ni un poco de pena. No fue lástima lo que hizo que me acercara hasta él y que le pidiera al detrás de la barra que llenara la copa del anciano. Tal vez fuera sólo curiosidad. A ciertas horas en que la noche misma comienza a debilitarse en su imperio de oscuridad, cuando el cansancio nos apresa pero se niega a arrojarnos a través del portal de la almohada, una historia puede ser más que bienvenida. Me acomodé junto al viejo notando que no era el curioso que se había acercado de alguna manera para escucharlo mejor. Una pareja de borrachos sentados contra una pared se inclinaron al mismo tiempo hacia la barra, una muchacha sentada sobre su novio que dormía apoyado sobre la mesa también giró lentamente para prestar atención al anciano. Cuando se dio cuenta de que yo había visto su movimiento miró para otro lado pretendiendo no estar interesada. “Anda, abuelito, cuéntanos una buena historia” podríamos haberle dicho. Pero como era de esperarse todos escuchamos guardando silencio.
“El que la conoció fue un joven... no supe su nombre.– bajó los párpados lentamente un momento, como si buscara acomodar los recuerdos para contarlos de la mejor manera posible. – Fue en Mar . Cinco años atrás. Pasaba varias noches bebiendo mientras caminaba por la arena hasta que encontraba un buen lugar para descansar y disfrutar el mar y las estrellas... o hasta que me costaba mantenerme en pie y me tiraba donde pudiera. Creo que esta fue una de esas noches, acostado entre las rocas de una escollera. El mar estaba particularmente tranquilo aquella noche, las olas que golpeaban a un par de metros nomás de donde yo estaba echado apenas alcanzaban a salpicarme.
Primero no lo escuché llegar. Será que estaba demasiado inmerso en mis propios pensamientos o que... bueno, mis sentidos estaban algo dispersos, ustedes entienden. No sé cuánto tiempo llevaba ahí sentado cuando comenzó a silbar y me di cuenta de su presencia.
De repente dejó de silbar y se hizo un hermoso silencio de noche junto al mar, más que roto yo diría acompañado por el suave estallido de las olas contra las piedras. Me pareció sentir que el muchacho se acomodaba o tal vez daba unos pasos hacia la punta de la escollera, cuando una nueva melodía resonó en el aire. Esta vez no se trataba del muchacho y aunque el sonido se sentía como un canto lo extraño era que no sonaba realmente como si proveniera de una voz. Como si se tratara de un extraño instrumento que más que imitar la voz humana la realzara de algún modo, le agregara una mística única, un encanto irrepetible.
Sentí como si todo mi cuerpo se despertara de algún modo, ahí echado entre las sombras, como si cada fibra de mi ser me urgiera a levantarme y correr hacia el origen de aquella dorada melodía. Pero el alcohol en la sangre me dificultaba reaccionar así que intenté disfrutar quieto un rato más. Escuché entonces como el joven en cambio no se resistía al hechizo aquel y saltando de roca en roca avanzaba por la escollera. Aproveché el momento para enderezar un poco mi cuerpo contra una roca de manera tal que pude asomarme para mejor lo que ocurría.
En el otro extremo de la escollera alcancé a ver una figura acostada sobre una piedra. Parecía como si tuviera una parte de su cuerpo el agua. El joven se acercaba rápidamente cuando la canción llegó a su fin. Tuve que esforzarme un poco para entenderlo cuando comenzó a hablar:
- ¿Cómo hacés algo tan increíble? - el tono de su voz no se preocupaba en absoluto por ocultar su total fascinación.
La misteriosa figura no respondió entonces. De algún modo supe que estaba sonriendo. Me odié por no poder estar lo suficientemente cerca para contemplar esa sonrisa.
- ¿Cómo te llamás? - insistió el muchacho.
- ¿Es eso lo que te interesa de mí? ¿Saber mi nombre? - No hace falta que diga que la voz que sonó era la de una . Pero no una mujer cualquiera. Era la voz de la mujer. O algo más allá. Como si un sueño, un ideal, tomara forma entre las sombras y se corporizara en forma de un sonido, una palabra, un suspiro. Me estremecí en mi escondite, y si yo sentí eso a la distancia, mezclándose la voz con el ruido del mar y la suave brisa, no puedo entender cómo logró el joven mantenerse de pie y no caer sobre sus rodillas. Inmediatamente busqué la forma de acercarme un poco más, arrastrándome entre las sombras.
- No, no... claro que no. - se corrigió enseguida mientras daba un paso más hacia ella. - Es que quiero saberlo todo. Me preguntás qué me interesa, y después de haberte escuchado y viéndote ahora no puedo pensar en algo que no quiera conocer o compartir con vos.
Barato, muy barato, fue lo que sentí primero. Pero enseguida me di cuenta de que realmente sentía cada una de las palabras que decía. Y luego hasta sentí rabia de no ser yo el que estaba en su lugar, deseando que esas frases hubiesen salido de mi boca en lugar del aliento a vino que era todo lo que podía exhalar en ese momento, ese vino que sí había sido barato, muy barato.
- Hacía mucho que no cantaba... - dijo ella con voz suave, como si confesara un acto terrible. Y teniendo en cuenta la forma en que cantaba, había ciertamente algo de terrible en no hacerlo.
- ¿Por qué? - preguntó él, preocupado.
- No tenía ganas. No había nada que despertara mi espíritu a expresarse, y si él está dormido qué sentido tiene cantar..
- ¿Qué fue lo que te despertó esta noche entonces? ¿A quién le debo mi eterna gratitud?
- Tu rostro. Te vi y supe enseguida que te necesitaba, que mi cuerpo entero te deseaba.
Vamos, pensé entonces, no puede ser que sigas de pie. Arrodilláte de una vez. Pero eso no pasó. Todo lo que hizo fue dar un paso más hacia ella, que permanecía sentada sobre la última roca de la escollera, a un par de metros del muchacho. Aproveché aquel momento para acercarme un poco más, lentamente, y me acomodé una vez más entre unas piedras, oculto entre las sombras.
Y entonces la vi. (Cualquier cosa que intente decir para describir la perfección de su estará a años luz de hacerle justicia, así que no voy a pretender que puedo describirla. De todos modos no hay forma en que ustedes hubieran podido imaginarla. )
- Soy tuyo. - fue todo lo que pudo decir. Entonces comprendí que aunque se sostuviera de pie, todo su ser ya estaba tendido a los pies de aquella misteriosa figura.
Dio dos pasos más hacia ella que mientras tanto extendió sus brazos ansiando el contacto de ambos cuerpos, el encuentro de dos mundos urgidos de unirse. Cuando sus dedos llegaron a tocarse el muchacho finalmente se dejó caer de rodillas frente a ella. Los brazos de ambos se enlazaron buscando sus espaldas, enredándose en un abrazo tierno y pausado. Cuando sus labios se encontraron algo cambió en el aire. El mar comenzó a rugir al tiempo que un frío viento empezaba a soplar con fuerza sobre la playa y las olas se violentaban contra las rocas. No sólo el clima y el mar se habían transformado.
Fue un movimiento sutil, casi imperceptible, sin dudas imposible de notar para el muchacho que estaba completamente sumergido en aquel hechizo. La sirena bajó su mano derecha recorriendo el cuerpo del muchacho, se volvió hacia atrás donde la perdí de vista un momento para elevarse luego sosteniendo una roca entre sus dedos que lucían como garras a la frágil luz de la luna. Sin detener el beso aquel bajó entonces la roca sobre la cabeza del joven que cayó de costado, inmóvil, probablemente inconsciente.
En ese momento pude ver su nuevo rostro, los ojos inyectados de una furia amarillenta, los dientes como infinitas hileras de colmillos reflejando la luz. Y su voz que sonó en un grito de horror que me aturdió hasta obligarme a taparme los oídos. Un grito acompañado por el ruido de la roca cayendo una y otra vez sobre el cuerpo del joven hasta golpear y destrozar sus huesos, bañando la roca con sangre y trozos de carne desgarrada.
Aún con el estómago revuelto, tiritando por el frío y la repulsión, no pude quitarle los ojos de encima ni un segundo. Contemplé cada mínimo movimiento de su cuerpo, observé cómo se retorcía sobre el cadáver destrozado, como lo arrastraba hacia el mar enganchándolo en una roca semi-hundida, como luego volvía sobre la escollera y lamía con los ojos cerrados de placer cada pequeño charco de sangre, devorando esos pequeños trozos que había desparramado por las piedras.
Cuando terminó de limpiarlo todo, dio y serpenteó hasta zambullirse en el mar. Pensé que que eso había sido todo, pero antes de desaparecer volvió a la superficie una vez más y clavó sus ojos en el rincón donde yo estaba escondido. Me estremecí una vez más pero ya no por el espanto. Me di cuenta de que su rostro había vuelto a ser hermoso. Quise moverme, salir al descubierto, descubrirme convencido en mi necesidad de lanzarme hacia ella. Pero apenas moví un músculo la sirena sonrió y se sumergió por última vez llevando consigo el cadaver del muchacho.
El viento se detuvo en ese mismo instante pero puedo asegurarles que continué tiritando un largo rato más.”
El viejo le dio un sorbo a su trago.
- Esa es mi historia. – concluyó entonces.
La muchacha que había seguido su relato con atención llamó al mozo pidiéndole la cuenta y despertó a su novio. Los dos borrachos contra la pared se miraron y lanzaron una carcajada al únisono.
- Tuvo suerte, amigo. – le dije por lo bajo.
- ¿Suerte? ¡Ja! – rió burlonamente un segundo y luego permaneció quieto con la vista perdida al frente. – Si supieras cuántas noches volví a la escollera esperando que ella regresara a buscarme. Si lo supieras, muchacho...
Después sonrió con tristeza y bajó la vista, evidenciando un cansancio que iba más allá de la hora y la cantidad de recuerdos recobrados.
Pensé entonces que algunos tal vez prefieren morir por algo a lo que puedan llamar amor antes que acabar sufriendo el cansancio de estar vivo. Terminé mi trago sin decir una palabra. Y en silencio abandoné aquel lugar que sobrevivía inundado de nostalgias ajenas.
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