martes, mayo 13, 2014

LA FÁBULA DE LOS AMORES IMPOSIBLES

La fábula de los amores imposibles

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La fábula de los amores imposibles

Salía el hilito de humo… gris, delgadito, apenas visible, apenas tangible, un espíritu juguetón culebreando en el aire.
Su madre, la señora taza de café, sobreprotectora como siempre, preocupona, observaba seria y afligida cómo el hilito, temeroso al principio, rondaba muy cerca de ella, bailando y brincando torpemente, arremolinándose gustoso frente al rostro moreno y terso de su madre.
Ella, orgullosa del hilito de humo, veía con felicidad y asombro de madre cómo aquel delgado y pequeñito hilacho blancuzco iba creciendo y se hacía alto, espigado y gris. En un abrir y cerrar de ojos, la taza de café veía frente a sí un hilo de humo hecho y derecho.
Como toda madre, se preocupaba cada vez que su hijo se alejaba, y como todo hijo, el hilito de humo ignoraba soberanamente los consejos de su madre, y cada vez se alejaba más, hasta que un buen día, armándose de valor y mordiéndose las uñas, llegó a donde nunca antes ningún hilo joven de humo había llegado: la misteriosa, inexplorada y atractiva mesa de enfrente.
Cabe mencionar que como toda mujer joven, la taza de café era hermosa, atractiva, con un brillo especial resplandeciendo en todo su cuerpo. Poseía una belleza exótica y misteriosa.
Su piel blanca y suave como la porcelana contrastaba de manera perfecta con sus ojos negros y su mirada profunda. Su sonrisa era de espuma, igual que su cabello enmarañado y rizado. Bastaba sólo una palabra adecuada, un movimiento oportuno, un gesto amable, para que su rostro moreno cambiara intempestivamente de la contemplación al asombro, de la seriedad a la felicidad sonriente.
A pesar de la preocupación por las ausencias prolongadas del hilo de humo, la joven taza de café aprovechaba esos momentos para disfrutar de la compañía de alguien muy especial para ella.
Sólo el era capaz de transformar su rostro serio y afligido en una angelical sonrisa de espuma, y a ella le encantaba estar allí, sentada sobre la mesa, deleitándose al ver al joven poeta llenar hojas y más hojas.
Taza de café y el joven poeta  hacían una linda pareja, se veían muy bien juntos. El la acariciaba y ella, con un dejo de coquetería, se dejaba besar. El le recitaba sonetos, romances y nocturnos, y ella le regalaba un sensual y calido beso…
Pero estábamos con el joven y temerario hilo de humo.
Como siempre pasa, el hilo de humo se fue haciendo más independiente y dejó atrás los juegos infantiles. La rebeldía y brío de la juventud fueron causa de múltiples disgustos y discusiones con su madre, que se desesperaba al ver a su hilito de humo cada vez más lejano.
Taza de café no se daba cuenta (o no quería aceptar) que su hilito ya era todo un hombre.
Un buen día, en una de sus travesías a la mesa de enfrente, Hilo de humo la conoció y se enamoró apasionada y fugazmente, como sólo un hilo de  de humo de café sabe hacerlo. Ella era una exótica y embriagante infusión de frutas tropicales.
Hilo de humo no volvió a donde su madre, y ella, triste y amargada, se fue consumiendo poco a poco.
Sin embargo, cuando la adversidad se posaba sobre la solitaria taza de café como nube de tormenta, Joven poeta apareció.
El brillo regresó, la mueca pálida en su rostro se aclaró y se hizo sonrisa radiante, y la felicidad fue tal para Taza de café que no dudó en usar su mejor perfume y su mejor vestido. Todo el lugar se llenó de un aroma delicioso, digno de un café de altura.
La gente que pasaba por allí se detenía maravillada por el agradable olor a café recién tostado, y llenaban de halagos al dueño del lugar y a la innegable calidad y buen sabor que debía de tener el café que allí se vendía. Incluso el poeta quedó maravillado por la hermosura y exquisitez de Taza de café.
Todo marchaba bien hasta que otra taza de café llegó a la mesa… pero la indiferencia hizo que “la otra” pasara inadvertida.
El ambiente íntimo y la tenue luz formaron el marco perfecto y un beso pausado, profundo y sensual embriagó al poeta y a la taza. El suspiró aún con el húmedo y tibio sabor del beso, ella dejó escapar un aromático y cálido vapor.
Justo después del sorbo llegó una desconocida a la mesa, se sentó junto a Poeta y un abrazo tierno y cariñoso rompió la fantasía idílica de Taza de café.
El ceño fruncido y un gesto de enfado aparecieron en su moreno rostro, pero a pesar de su enojo y a regañadientes, esperó pacientemente a que el joven y la mujer desconocida terminaran de conversar.
Largo rato pasó hasta que el poeta se acordó de su taza de café y le dio un ligero trago. Sobra decir que para ese entonces, el café estaba tibio, ya casi frío.
Inesperadamente la mujer desconocida se acercó tanto al joven poeta, que  unos labios temerosos al principio y apasionados segundos más tarde, se juntaron en un beso que inundó por completo el lugar.
Taza de café no lo podía creer. Un abanico de sentimientos se apoderó de ella: de la ira pasó a la confusión, a la incredulidad, al odio, al rencor, a la confusión de nuevo, al desconsuelo y por último… al llanto inconsolable.
Joven poeta, tras el ardiente beso que le regalara aquella mujer, tomó a la taza de la cintura por sorpresa y el muy cretino (pensó ella) le robó un beso.
Aún con lágrimas en su rostro, y en un ataque incontrolable de ira e infinita tristeza, se sacudió tan salvajemente que se le resbaló de entre los dedos al joven, cretino y descarado poeta.  En ese momento todo se congeló. Todo se hizo silencio y expectación.
Taza de café se precipitó al vacío, sus lágrimas quedaron plasmadas en unas servilletas y en una hoja en blanco. La poca sangre que corría por sus venas quedo derramada en el suelo… y Taza de café se hizo pedazos.
Fugazmente, la idea maravillosa de una taza suicidándose pasó por la mente del poeta. Imaginó metáforas de amor y versos románticos para recitarle a la extraña mujer.
Aquella brillante idea se extinguió y en su lugar el joven poeta, enojado por su torpeza, pidió que le limpiaran de inmediato la mesa, sólo para dejar unas monedas y salir tomado de la mano de la mujer.
A.E.M.

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