La historia de Kafka y la muñeca perdida
Publicado por Tes Nehuén - 11 de enero de 2012
Cierta vez, en el año 1923, mientras Kafka paseaba junto a su mujer Dora Diamant por el parque de Steglitz en Berlín, se encontró con una niña que lloraba desconsoladamente porque había perdido su muñeca. El escritor de «El Proceso», entre otras obras impresionantes, le dijo que su muñeca no se le había perdido sino que había debido irse de viaje.
Como la niña insistiera y le preguntara cómo sabía eso, él le aseguró que había recibido una carta de ella, pero que había olvidado traerla consigo. Y le prometió que si volvía al día siguiente a esa hora, él le llevaría la carta.
A partir de ese momento Kafka se convirtió en el «Cartero de muñecas» y mantuvo la ilusión de esa pequeña por dos semanas. Cada día se acercaba con una carta distinta, enviada desde diferentes ciudades: Londres, París o el propio Berlín. Kafka le leía en voz alta las misivas, y fue una grata ilusión para la chiquilla, hasta que llegó el final. Un desenlace menos brusco que el principio de la historia. En su última carta la muñeca le aseguraba a su amiga que se casaba:
A esta altura la niña ya era otra, así que no fue tan difícil tolerar esa pérdida, y posiblemente el autor haya colaborado profundamente con el crecimiento de la imaginación y la ilusión de la niña.
Lo paradójico de esta historia es que, luego que se diera a conocer esta relación tan corta pero intensa entre el autor y aquella niña, muchos medios, periodistas y escritores conocidos se pusieron en su busca, pero nunca se dio a conocer. Ni siquiera lo hizo cuando la famosa escritora americana Käthi Diamant escribió «El último amor de Kafka» en la cual aparece la mencionada niña. La pequeña, la cual tendría hoy unos 90 años, no apareció y tampoco lo hicieron las cartas. ¿Quién sabe qué historia prosiguió a esa correspondencia entre esa criatura y su muñeca?
Detrás de las anécdotas
Una de las cosas que muchos objetan es que en realidad nunca ocurrió esa historia, sino que se trató de uno de los delirios del autor; me pregunto ¿es realmente importante dilucidar si es ficción o realidad?
Lo que en verdad debería importarnos es que la belleza encerrada en este encuentro permite ver la increíble humanidad de Kafka quien, ante la posibilidad de que una niña desconocida se sintiera desamparada a causa de sufrir una pérdida, dedicó muchas de sus energías a darle un motivo por seguir creyendo en la ilusión y reparar ese daño. El mejor aprendizaje para esa jovencita haya sido posiblemente el conseguir poner en palabras la ausencia de ese ser querido, el juguete perdido.
Según lo ha contado Dora Diamant, Kafka se tomó esa actividad como un trabajo cualquiera, tan esencial como cualquiera de los otros, porque consideraba que esa niña había aparecido por algo en su vida y que su misión era preservarla de la decepción costase lo que costase.
Y por eso se abocó a esa tarea, para que la mentira de la ausencia de la muñeca, de la que desconocía el verdadero paradero, se convirtiera en una verdad a través de la ficción y le diera una nueva forma a la criatura para amortiguar las pérdidas.
Una muñeca muy famosa
Nunca sabremos bien el origen de la muñeca ni su marca ni todas esas cuestiones que parecen tan importantes, lo que sabemos es que era importante para esa niña y que, gracias a conocer por casualidad a Kafka, comenzó a estar en boca de todos.
Muchos escritores como César Aira, Paul Auster o Tomás Eloy Martinez, mencionan a la dichosa muñeca en varias ocasiones e incluso saldrá a la venta próximamente una obra basada en aquella historia.
Se trata de la obra publicada por Siruela bajo el título de «Kafka y la muñeca viajera. Un libro escrito por Jordi Sierra i Fabra que ha sido ilustrado por Pep Montserrat. Es una obra de ficción que recorre esa tierna historia de encuentros y cartas. El nombre de la protagonista es Elsie.
Juguetes ¿necesarios para entender la ficción o la realidad?
La relación que se establece entre un niño y su juguete es algo inexplicable; se crea un lazo tan profundo que poco tiene que ver con la valía económica del mismo. Ese objeto permite unir la realidad con el mundo mágico y que el niño establezca ciertos parámetros que delimiten su propio universo.
Según cuenta César Aira en uno de sus artículos publicados en el país en el año 2004, cierta vez mientras estaba en el aeropuerto escuchó llorar a los gritos a una niña. Los policías que realizaban el control le habían quitado el juguete para inspeccionarlo, a fin de comprobar que no estuviera siendo utilizado para contrabandear nada. La mujer que iba con la pequeña intentaba tranquilizarla diciéndole:«Te juro que no le hicieron nada, te lo juro»…
Aira expresa fascinado que el contrato que se establece entre una niña y su muñeca es semiótico, porque es una creación de sentido que se sostiene por esa tensión entre lo verosímil y la fantasía, y remata que no es casual que esta anécdota se corresponda con Kafka, siendo el más grande descubridor de signos de la vida moderna.
Por su parte Paul Auster describe esta anécdota como una historia maravillosa, donde el autor ha dado signos de la gran compasión que lo conformaba. Mientras que el editor Klaus Wagenbach se dirigió durante años al parque Steglitz en busca de la niña, recorrió el barrio, llamó a algunas puertas y habló con ciertos vecinos. Es, sin lugar a dudas, una historia que ha dado de qué hablar y que, en algunos casos ha obsesionado a quienes supieron de ella.
Esta anécdota en la vida Kafka es poco conocida, ni siquiera se menciona en la biografía del autor, excepto en aquella escrita por Ronald Hayman y publicada en 1981, y es posiblemente la más enternecedora y tierna historia que haya escuchado jamás donde se puede ver la pasión de un escritor por las letras y su intención de utilizar la ficción para entender la realidad.
Publicado por Tes Nehuén - 11 de enero de 2012
Cierta vez, en el año 1923, mientras Kafka paseaba junto a su mujer Dora Diamant por el parque de Steglitz en Berlín, se encontró con una niña que lloraba desconsoladamente porque había perdido su muñeca. El escritor de «El Proceso», entre otras obras impresionantes, le dijo que su muñeca no se le había perdido sino que había debido irse de viaje.
Como la niña insistiera y le preguntara cómo sabía eso, él le aseguró que había recibido una carta de ella, pero que había olvidado traerla consigo. Y le prometió que si volvía al día siguiente a esa hora, él le llevaría la carta.
A partir de ese momento Kafka se convirtió en el «Cartero de muñecas» y mantuvo la ilusión de esa pequeña por dos semanas. Cada día se acercaba con una carta distinta, enviada desde diferentes ciudades: Londres, París o el propio Berlín. Kafka le leía en voz alta las misivas, y fue una grata ilusión para la chiquilla, hasta que llegó el final. Un desenlace menos brusco que el principio de la historia. En su última carta la muñeca le aseguraba a su amiga que se casaba:
A esta altura la niña ya era otra, así que no fue tan difícil tolerar esa pérdida, y posiblemente el autor haya colaborado profundamente con el crecimiento de la imaginación y la ilusión de la niña.
Lo paradójico de esta historia es que, luego que se diera a conocer esta relación tan corta pero intensa entre el autor y aquella niña, muchos medios, periodistas y escritores conocidos se pusieron en su busca, pero nunca se dio a conocer. Ni siquiera lo hizo cuando la famosa escritora americana Käthi Diamant escribió «El último amor de Kafka» en la cual aparece la mencionada niña. La pequeña, la cual tendría hoy unos 90 años, no apareció y tampoco lo hicieron las cartas. ¿Quién sabe qué historia prosiguió a esa correspondencia entre esa criatura y su muñeca?
Detrás de las anécdotas
Una de las cosas que muchos objetan es que en realidad nunca ocurrió esa historia, sino que se trató de uno de los delirios del autor; me pregunto ¿es realmente importante dilucidar si es ficción o realidad?
Lo que en verdad debería importarnos es que la belleza encerrada en este encuentro permite ver la increíble humanidad de Kafka quien, ante la posibilidad de que una niña desconocida se sintiera desamparada a causa de sufrir una pérdida, dedicó muchas de sus energías a darle un motivo por seguir creyendo en la ilusión y reparar ese daño. El mejor aprendizaje para esa jovencita haya sido posiblemente el conseguir poner en palabras la ausencia de ese ser querido, el juguete perdido.
Según lo ha contado Dora Diamant, Kafka se tomó esa actividad como un trabajo cualquiera, tan esencial como cualquiera de los otros, porque consideraba que esa niña había aparecido por algo en su vida y que su misión era preservarla de la decepción costase lo que costase.
Y por eso se abocó a esa tarea, para que la mentira de la ausencia de la muñeca, de la que desconocía el verdadero paradero, se convirtiera en una verdad a través de la ficción y le diera una nueva forma a la criatura para amortiguar las pérdidas.
Una muñeca muy famosa
Nunca sabremos bien el origen de la muñeca ni su marca ni todas esas cuestiones que parecen tan importantes, lo que sabemos es que era importante para esa niña y que, gracias a conocer por casualidad a Kafka, comenzó a estar en boca de todos.
Muchos escritores como César Aira, Paul Auster o Tomás Eloy Martinez, mencionan a la dichosa muñeca en varias ocasiones e incluso saldrá a la venta próximamente una obra basada en aquella historia.
Se trata de la obra publicada por Siruela bajo el título de «Kafka y la muñeca viajera. Un libro escrito por Jordi Sierra i Fabra que ha sido ilustrado por Pep Montserrat. Es una obra de ficción que recorre esa tierna historia de encuentros y cartas. El nombre de la protagonista es Elsie.
Juguetes ¿necesarios para entender la ficción o la realidad?
La relación que se establece entre un niño y su juguete es algo inexplicable; se crea un lazo tan profundo que poco tiene que ver con la valía económica del mismo. Ese objeto permite unir la realidad con el mundo mágico y que el niño establezca ciertos parámetros que delimiten su propio universo.
Según cuenta César Aira en uno de sus artículos publicados en el país en el año 2004, cierta vez mientras estaba en el aeropuerto escuchó llorar a los gritos a una niña. Los policías que realizaban el control le habían quitado el juguete para inspeccionarlo, a fin de comprobar que no estuviera siendo utilizado para contrabandear nada. La mujer que iba con la pequeña intentaba tranquilizarla diciéndole:«Te juro que no le hicieron nada, te lo juro»…
Aira expresa fascinado que el contrato que se establece entre una niña y su muñeca es semiótico, porque es una creación de sentido que se sostiene por esa tensión entre lo verosímil y la fantasía, y remata que no es casual que esta anécdota se corresponda con Kafka, siendo el más grande descubridor de signos de la vida moderna.
Por su parte Paul Auster describe esta anécdota como una historia maravillosa, donde el autor ha dado signos de la gran compasión que lo conformaba. Mientras que el editor Klaus Wagenbach se dirigió durante años al parque Steglitz en busca de la niña, recorrió el barrio, llamó a algunas puertas y habló con ciertos vecinos. Es, sin lugar a dudas, una historia que ha dado de qué hablar y que, en algunos casos ha obsesionado a quienes supieron de ella.
Esta anécdota en la vida Kafka es poco conocida, ni siquiera se menciona en la biografía del autor, excepto en aquella escrita por Ronald Hayman y publicada en 1981, y es posiblemente la más enternecedora y tierna historia que haya escuchado jamás donde se puede ver la pasión de un escritor por las letras y su intención de utilizar la ficción para entender la realidad.
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