jueves, abril 01, 2021

KAFKA, LA NIÑA Y LA MUÑECA

https://www.naliamandalay.com/kafka-la-nina-y-la-muneca/ 


Kafka, la niña y la muñeca


Un año antes de dejar este mundo, Franz Kafka vivió una historia súper bonita con una niña a la que ayudó en un momento traumático para ella: la pérdida de su muñeca, todo un drama a esa edad.

Este fin de semana he leído uno de los libros (como mínimo, hay mención de lo ocurrido en otro más, Brooklyn Follies de Paul Auster) que han querido poner palabras a ese suceso que contaba Dora, su última compañera, sobre el escritor.

Y, bueno, aparte de gustarme muchísimo (que lo ha hecho), he pensado que podía tener un lugar en el blog, así que por aquí me tienes, dedicándole una entrada.

El libro es Kafka y la muñeca viajera, de Jordi Sierra i Fabra.

Va sobre la pérdida, la aceptación, el duelo, las heridas y ese amor que se transforma y siempre tiene cabida. Pero, por si fuera poco, también aborda la creatividad, la generosidad, la compañía y la «fuerza de creer».

Licencias del autor (nunca se encontró a la protagonista real de la historia ni tampoco las cartas), la niña se llama Elsi y la muñeca, Brígida.
La historia en 7 pinceladas
A Kafka le gustaba perderse por el parque Steglitz de Berlín, al que acudía a diario. Corría el año 1923.
En uno de sus paseos, encuentra llorando a una niña desconsolada por la pérdida de su muñeca.
El escritor se inventa una historia para calmarla: la muñeca no se ha perdido, se ha ido de viaje, a explorar el mundo. Le dice que, de hecho, Brígida le ha dado una carta para entregársela, pero que se la ha olvidado en casa, que se la traerá al día siguiente.
Kafka escribe esa carta y se la entrega a Elsi. No será la única porque escribe una carta por día por 3 semanas. Se convierte así en «cartero de muñecas».
En las cartas, Brígida, dejando claro su amor por Elsi, le va contando sus aventuras por el mundo… hasta que aplaza su regreso de forma indefinida. (No te cuento al detalle por si un día lees la novela —sería lo suyo, es muy agradable—, para dar espacio a alguna sorpresa).
La niña va asumiendo la realidad de una forma más calmada mientras la muñeca viaja a Londres, París, Venecia, cruza el charco, se enamora… casi a modo salto cuántico, a viaje por día. (Bendita inocencia).
Todo vuelve a la normalidad.
El momentazo


—Espera, espera, ¡qué tonto soy!: ¿Cómo se llama tu muñeca?
—Brígida.
—¿Brígida? ¡por supuesto! —soltó una risa de lo más convincente—. ¡Es ella, sí! No recordaba el nombre, ¡perdona! ¡Qué despistado soy a veces! ¡Con tanto trabajo!
La niña abrió los ojos.
—Tu muñeca no se ha perdido —dijo Kafka alegremente—. ¡Se ha ido de viaje!
[…]
—¿Tú te llamas?
—Elsi.
—¡Elsi, claro! ¡Naturalmente que era tu muñeca, porque la carta es para ti!
—¿Qué carta?
—La que te ha escrito, explicándote por qué se ha ido tan de repente. Pero con las prisas me la he dejado en casa. Mañana te la bajaré y podrás leerla, ¿de acuerdo?
Momentos de reflexión

Asumiendo que la historia es realmente verdadera (¿Por qué no? No tendría mucho sentido que Dora se la inventara), y más allá de la fantasía que incorporen las versiones que la cuentan, qué grandioso Kafka, ¿no?

Me refiero a su sensibilidad y empatía por una niña que no conocía, pero que le despertó su parte más humana, creativa y compasiva.

Porque si perder una muñeca era el mayor del drama para Elsi, pues lo era y punto.


Muñeca o no, hermano o no, eran las lágrimas más sinceras y dolorosas que jamás hubiese visto. Lágrimas de una angustia suprema y una tristeza insondable.

Es cierto que todo tiene «su justa medida» y que hay que coger perspectiva, pero ¿quiénes somos nosotros para decidir el grado de importancia de la desolación de alguien y menospreciar ese momento de tristeza, con su aprendizaje vital?

¿Acaso no es mucho mejor crear una historia alrededor que ayude a aceptar la pérdida, en pasitos, buscándole nuevas interpretaciones y ángulos distintos que permitan verla de una forma que acompañe en el proceso de aceptación para luego trascenderla?

Kafka hubiera podido rehuir la situación y seguir con su paseo sin más, pero hizo lo correcto: ayudar a la niña a superar su primera herida, su primer desamor, su primer abandono… Y es que más allá de la pérdida en sí, él observó la desesperación que estaba viviendo y su necesidad principal: ser escuchada, comprendida y valorada.

Sin ser padre, «solo» siendo una persona muy humana (sí, todas las personas son humanas, pero tú ya me entiendes) ayudando a crecer a un semejante.


Había sido un largo camino de casi tres semanas, carta a carta, para curar una herida y permitir que la vida se mantuviera armónica.

Me gusta también la «fuerza de creer» de la niña que, aunque paradójicamente se sienta algo incrédula, prefiere quedarse con la versión de Kafka porque le hace sentir mejor.

Una decisión (la de Elsi), que me lleva a otra pregunta: ¿por qué cuando pasamos a la edad adulta, dejamos totalmente de creer? (No me refiero al Ratoncito Pérez, pero sí a la magia de lo que puede ser real).

Total que, ficción o no, la historia es tan preciosa que, de no haber existido, la hubiéramos tenido que inventar. ¿Qué más da si es verdad o no… si mejora nuestras vidas, inspira y aporta algo más de luz al mundo?

Y sí, yo creo que lo hace.

[Nota adicional]: He pensando que, en una próxima versión de la historia, la muñeca podría encontrarse con el gnomo de Amelie. Es que parece que sigue viajando (ejem, aunque no sea el «original») y, fantasear por fantasear, sería un puntazo.

No hay comentarios.: