La Sobremesa: Susy...¿secretos del corazón?
Cuando el corazón de una hermosa joven debe decidir si quedarse con el novio que tras un trágico accidente queda paralítico, o el apuesto taxista, que cada semana se ofrece a llevarla al hospital para visitarlo. Y no es un taxista común, como esos panzones, malolientes y prietos que abundan en la ciudad de México, sino uno que se parece Rock Hudson, (que era de los galanes de la época, no hagan caras) que hasta de corbata y cachucha van manejando y de soslayo ven secar esas tímidas lágrimas que trata de ocultar la chica que aborda en el asiento de atrás.
¡Ah! ¡Qué dulces miradas se encuentran en un sorpresivo descubrimiento del amor más puro y tierno! ¡Qué inocente paseos por el campo, que abrazos más cálidos!
Que felices finales se ven cuando el amor culmina en “mis labios le dieron el sí mientras se unían a los suyos en un eterno beso”.
¡Aaaahhhhh! ... ¡Qué bonito! Esas historias llenaban de ilusiones a las jovencitas de los años sesentas que trataban de recrear con sus relamidos noviecillos aunque no siempre se prestaban a tanta melcocha. No que hoy en día… bueno ya parece que se van a conformar con tomarse la manita en el cine y sonrojarse si chocan sus manos en el bote de palomitas. Mmmm…¡qué va!
Esos tiempos eran mejores, diría mi abuelita el romanticismo, el cortejo a la novia, los malos entendidos y las reconciliaciones dulces. La dulce ilusión de que el mayor anhelo de las jóvenes es casarse con el hombre de sus sueños. Sí que eran otros tiempos.
Retomando la conversación sobre Susy, Gisela Zapata, lectora confesa de ésta historieta romántica de los 60´s y 70´s, y dueña feliz de una amplia colección de ejemplares, nos comparte su visión sobre el comic rosa:
Los taciturnos rostros de las jóvenes, que enjugan sus lágrimas en blancos pañuelitos, mirando de reojo a los novios que bailan descaradamente con otras chicas, no menos bellas que las protagonistas, delatan su profunda pena amorosa. No pueden ser secretos, nos confían sus sentires.
Cuando el corazón de una hermosa joven debe decidir si quedarse con el novio que tras un trágico accidente queda paralítico, o el apuesto taxista, que cada semana se ofrece a llevarla al hospital para visitarlo. Y no es un taxista común, como esos panzones, malolientes y prietos que abundan en la ciudad de México, sino uno que se parece Rock Hudson, (que era de los galanes de la época, no hagan caras) que hasta de corbata y cachucha van manejando y de soslayo ven secar esas tímidas lágrimas que trata de ocultar la chica que aborda en el asiento de atrás.
¡Ah! ¡Qué dulces miradas se encuentran en un sorpresivo descubrimiento del amor más puro y tierno! ¡Qué inocente paseos por el campo, que abrazos más cálidos!
Que felices finales se ven cuando el amor culmina en “mis labios le dieron el sí mientras se unían a los suyos en un eterno beso”.
¡Aaaahhhhh! ... ¡Qué bonito! Esas historias llenaban de ilusiones a las jovencitas de los años sesentas que trataban de recrear con sus relamidos noviecillos aunque no siempre se prestaban a tanta melcocha. No que hoy en día… bueno ya parece que se van a conformar con tomarse la manita en el cine y sonrojarse si chocan sus manos en el bote de palomitas. Mmmm…¡qué va!
Esos tiempos eran mejores, diría mi abuelita el romanticismo, el cortejo a la novia, los malos entendidos y las reconciliaciones dulces. La dulce ilusión de que el mayor anhelo de las jóvenes es casarse con el hombre de sus sueños. Sí que eran otros tiempos.
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