Una película crepuscular para despedirnos de Miyazaki ¿o no?
Crítica de El viento se levanta, de Hayao Miyazaki
Por: Raquel Hernánde... |
Versión comentada: Cine
ARGUMENTO: En El viento se levanta conocemos a Jiro, un niño que sueña con volar y diseñar hermosos aviones inspirándose en el famoso diseñador aeronáutico italiano Caproni. Sus problemas de visión le incapacitan para ser piloto, de modo que se une a la división aeronáutica de una compañía de ingeniería en 1927. Su genio pronto es reconocido y se convierte en uno de los más prestigiosos diseñadores aeronáuticos.
2013 - DIRIGIDA POR: Hayao Miyazaki. En cines a partir del 25 de abril.
2013 - DIRIGIDA POR: Hayao Miyazaki. En cines a partir del 25 de abril.
Hayao Miyazaki nos ofrece su último largo: El viento se levanta y no hay una sola cuestión baladí en esta decisión... es sencillamente una magnífica despedida que aúna, por una parte, la realización de su película más madura, en la que ha querido rendir homenaje a Jiro Horikoshi, un ingeniero aeronáutico cuya vida destila inspiración y tragedia y, por otra parte, ha querido simbolizar cierto renacer en el poema de Paul Valéry que sirve como pretexto para el título de la película y de hecho es uno de los leit motiv de la cinta. Es casi una despedida que sabe eterno retorno y, por eso, es mucho más dulce.
Decía el poeta francés en su estrofa final de "El cementerio marino": "¡El viento se levanta!... ¡Hay que intentar vivir! / Mi libro cierra, inmenso, luego lo vuelve a abrir. / ¡De las olas deshechas nuevas olas derivan! / ¡Volad, volad vosotras, páginas deslumbradas! / ¡Romped, olas! ¡Romped con aguas exaltadas / este techo tranquilo donde los foques iban!
Ese constante morir y renacer que representan tan bien tanto el viento como el mar, se observa a lo largo de su compleja película que, a lo largo de 126 minutos, va desgranando la vida de Jiro desde que es un niño. En todo momento nos desenvolvemos en dos planos: el del transcurso de su vida real y el de los sueños, en los que aspira a volar, a surcar el cielo, a hacer que la naturaleza (como todos los grandes artistas) esté imbricada en su propia creación.
La maestría creativa de Miyazaki y su paleta de colores están al servicio de retratar toda esa belleza: huelga decir que los paisajes, la forma en la que la luz baña las formas y el premeditado tono crepuscular de la cinta, confluyen de forma impecable para hacernos sentir, mucho más que a través de las palabras, el estado de los personajes y su momento vital (y eso que no hay un solo diálogo azaroso).
Por el contrario, los grises se adueñan de la pantalla cuando la esperanza está perdida y se abre paso cierta incertidumbre que anticipa una secuencia dramática lo que generalmente está relacionado con la guerra o la enfermedad.
El viento es una entidad abstracta: no podemos verlo pero sí sentirlo a pesar de que sabemos que es una arrolladora fuerza. Puede ser fuerte o delicado, acariciarnos o golpearnos y esa es la metáfora que está inserta en el corazón de este curioso biopic animado.
Entre la pasión por su profesión y la historia de amor en la que se ve enredado de forma irremediable nuestro protagonista, Miyazaki nos lleva con El viento se levanta, como genial embajador de la cultura de su país que ha sido siempre, a conocer algunos de los momentos clave del Japón del siglo XX: el terremoto de Kanto ocurrido en 1923, la Gran Depresión, los efectos devastadores de la tuberculosis y la incursión del país en la Segunda Guerra Mundial, cuestiones todas ellas que marcan su vida para siempre.
El más célebre de sus diseños fue el caza Mitsubishi A6M Zero, con el que la industria de su país dio un salto de gigante, pero lo más importante es que asistimos al proceso creativo de cada uno de sus hitos desde el plano más íntimo del ingeniero: conociendo su delicada vida sentimental, su peculiar forma de abordar los proyectos desde niño y su visión del mundo. En suma, podemos apreciar cómo su pasión es un motor tan importante como el del propio viento.
Miyazaki de alguna manera trasciende más allá de sus anteriores películas con El viento se levanta al conseguir que su personaje sea tremendamente realista y humano (también descubrimos su inmensa ambición, su perfeccionismo y el acechante miedo al fracaso) pero además da muestras de su maravillosa sensibilidad a la hora de abordar la forma que le da al relato.
No necesitamos que se nos informe de que el tiempo ha pasado o cuándo estamos en los sueños de Jiro, en los que suele encontrarse con su gran fuente de inspiración, el italiano Caproni, y cuándo nos enfrentamos a la vida real, porque con la sutileza que caracteriza a los grandes, las manos de terciopelo del dibujante nos llevan fluidamente de un lugar a otro: de su infancia a su madurez, de la soledad al amor, de la imaginación a la entrega profesional... Eso sí, esto requiere que el espectador esté inmerso en la película y descarta su idoneidad para el público infantil (además de que es probable que les resulte demasiado larga y densa).
Miyazaki no expresa un adiós definitivo: puede que a sus 72 años le resulte demasiado laborioso articular una nueva película, sobre todo si es tan compleja como la que nos ocupa, pero claramente nos lanza un mensaje de que aunque los vientos amainen siempre vuelven para alzarnos de nuevo. Y nos regala como colofón de una carrera maravillosa un precioso bombón cargado de mensajes que podríamos relacionar incluso con su propia historia personal pero que, sea como fuere, viene a sembrar en nosotros la esperanza, la inspiración y el amor por lo bien hecho. Solo podía hacerlo él, un maestro de la artesanía animada. Hasta pronto, entonces.
Decía el poeta francés en su estrofa final de "El cementerio marino": "¡El viento se levanta!... ¡Hay que intentar vivir! / Mi libro cierra, inmenso, luego lo vuelve a abrir. / ¡De las olas deshechas nuevas olas derivan! / ¡Volad, volad vosotras, páginas deslumbradas! / ¡Romped, olas! ¡Romped con aguas exaltadas / este techo tranquilo donde los foques iban!
Ese constante morir y renacer que representan tan bien tanto el viento como el mar, se observa a lo largo de su compleja película que, a lo largo de 126 minutos, va desgranando la vida de Jiro desde que es un niño. En todo momento nos desenvolvemos en dos planos: el del transcurso de su vida real y el de los sueños, en los que aspira a volar, a surcar el cielo, a hacer que la naturaleza (como todos los grandes artistas) esté imbricada en su propia creación.
La maestría creativa de Miyazaki y su paleta de colores están al servicio de retratar toda esa belleza: huelga decir que los paisajes, la forma en la que la luz baña las formas y el premeditado tono crepuscular de la cinta, confluyen de forma impecable para hacernos sentir, mucho más que a través de las palabras, el estado de los personajes y su momento vital (y eso que no hay un solo diálogo azaroso).
Por el contrario, los grises se adueñan de la pantalla cuando la esperanza está perdida y se abre paso cierta incertidumbre que anticipa una secuencia dramática lo que generalmente está relacionado con la guerra o la enfermedad.
El viento es una entidad abstracta: no podemos verlo pero sí sentirlo a pesar de que sabemos que es una arrolladora fuerza. Puede ser fuerte o delicado, acariciarnos o golpearnos y esa es la metáfora que está inserta en el corazón de este curioso biopic animado.
Entre la pasión por su profesión y la historia de amor en la que se ve enredado de forma irremediable nuestro protagonista, Miyazaki nos lleva con El viento se levanta, como genial embajador de la cultura de su país que ha sido siempre, a conocer algunos de los momentos clave del Japón del siglo XX: el terremoto de Kanto ocurrido en 1923, la Gran Depresión, los efectos devastadores de la tuberculosis y la incursión del país en la Segunda Guerra Mundial, cuestiones todas ellas que marcan su vida para siempre.
El más célebre de sus diseños fue el caza Mitsubishi A6M Zero, con el que la industria de su país dio un salto de gigante, pero lo más importante es que asistimos al proceso creativo de cada uno de sus hitos desde el plano más íntimo del ingeniero: conociendo su delicada vida sentimental, su peculiar forma de abordar los proyectos desde niño y su visión del mundo. En suma, podemos apreciar cómo su pasión es un motor tan importante como el del propio viento.
Miyazaki de alguna manera trasciende más allá de sus anteriores películas con El viento se levanta al conseguir que su personaje sea tremendamente realista y humano (también descubrimos su inmensa ambición, su perfeccionismo y el acechante miedo al fracaso) pero además da muestras de su maravillosa sensibilidad a la hora de abordar la forma que le da al relato.
No necesitamos que se nos informe de que el tiempo ha pasado o cuándo estamos en los sueños de Jiro, en los que suele encontrarse con su gran fuente de inspiración, el italiano Caproni, y cuándo nos enfrentamos a la vida real, porque con la sutileza que caracteriza a los grandes, las manos de terciopelo del dibujante nos llevan fluidamente de un lugar a otro: de su infancia a su madurez, de la soledad al amor, de la imaginación a la entrega profesional... Eso sí, esto requiere que el espectador esté inmerso en la película y descarta su idoneidad para el público infantil (además de que es probable que les resulte demasiado larga y densa).
Miyazaki no expresa un adiós definitivo: puede que a sus 72 años le resulte demasiado laborioso articular una nueva película, sobre todo si es tan compleja como la que nos ocupa, pero claramente nos lanza un mensaje de que aunque los vientos amainen siempre vuelven para alzarnos de nuevo. Y nos regala como colofón de una carrera maravillosa un precioso bombón cargado de mensajes que podríamos relacionar incluso con su propia historia personal pero que, sea como fuere, viene a sembrar en nosotros la esperanza, la inspiración y el amor por lo bien hecho. Solo podía hacerlo él, un maestro de la artesanía animada. Hasta pronto, entonces.
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