Había un bosque en el que vivían muchos animalitos. De repente el bosque se empieza a incendiar y todos los animalitos corren tratando de huir. Sólo queda un pequeño gorrión que va al río, moja sus alitas, vuela sobre el bosque incendiado y deja caer unas gotitas de agua tratando de apagar el incendio; va de nuevo al río, moja sus pequeñas alas, vuela sobre el bosque incendiado y deja caer una o dos gotitas, tratando de apagar el incendio.
Pasa un elefante y le grita al gorrioncito
—¡No seas tonto! ¡Huye como todos! ¡No ves que te vas a achicharrar!
El pequeño y valiente gorrión voltea y le dice
—¡No!, voy a hacer lo que me corresponde; este bosque me ha dado mucho, familia, comida y felicidad; me ha dado todo y le debo guardar lealtad. No me importa que me muera, pero voy a tratar de salvarlo. Yo haré mi parte.
Va al río, moja sus alitas, revolotea sobre el bosque incendiado y deja caer una o dos gotitas de agua.
Viendo esto, los animales del bosque, cada uno según sus propios medios, tratan de aportar lo que pueden.
Ante esta actitud, los dioses hacen su parte y dejan caer una fuerte tormenta y el incendio se apaga. Con el tiempo, el bosque vuelve a reverdecer, a florecer y todos los animales regresan y vuelven a ser felices.
Podemos comparar este bosque con el país de cualquiera de nosotros y tal vez estemos en un gran incendio, en una gran crisis, política, social, económica y moral, lo único que podemos hacer, es que todos los días, dejemos caer una o dos gotitas de sudor y de trabajo.
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