Roberto Gómez
Cuando me preguntan que de qué me sentía más orgulloso de mi padre, siempre he contestado que, al menos el evento que más recuerdo, es un festival del día del padre a mis 10 años en el Colegio La Paz; mi padre metió un gol de “palomita” en frente de todos mis amigos. Un golazo! Uff! Siempre lo recuerdo. Para entonces ya ere El Chavo del 8 y El Chapulín Colorado. Pero el personaje de goleador superó cualquier hazaña. Desde siempre he vivido admirando a mi padre, no solo por su chamba en los medios, si no también por su chamba en la vida. Su preocupación por nosotros, sus hijos, iba más en torno a formar personas de bien. Desde muy chico, por metiche, y seguramente por ser el único hombre de la familia, me dejó asomarme en su mundo creativo para ya nunca salir de él. Tengo clara todavía la imagen de llegar al canal 8 tomado de su mano y enseñándome un “pueblito del oeste” de una Telenovela, Hermanos Coraje. Desde ahí me enamoré del mundo fantástico de contar historias para la pantalla. Ya pasaron más de 40 años de aquel día y todavía escucho la voz de mi padre, presentándome a los demás. “Mira, ¡Es mijo!” Siempre se encargó de que me quedara claro que a él le daba mucho gusto presentarme.
Y son esos detalles los que recuerdo con más gusto, todavía me emocionan. La forma de poner atención a una conversación, el interés de hacerte sentir bien, la sencillez con la que trataba a mi gente. A toda la gente.
A mi padre le debo la mayoría de lo que soy. Le debo el haberme acercado al futbol. Me lo presentó, me lo enseñó, y lo compartimos hasta hace apenas unos días.
Intentó que yo fuera chiva, con uniforme y todo, pero ver jugar a Borja y a Reynoso, en el América, me hizo entrar en razón. Lo mismo sucedió con él pocos años después. (Sí. Era Chiva antes de ser Águila!)
Desde muy niño me enseñó el poder de una cámara de televisión y, junto con Enrique Segoviano, me dieron mis primeras lecciones de dirección de TV.
Y al mismo tiempo me enseñaba el valor de ser honrado, de ser justo, de ser trabajador, de ser agradecido, de ser amable, de prepararse, de leer, de tratar de ser feliz…y las mejores lecciones las daba de la manera más efectiva: Con el ejemplo.
Aquellos pasillos de canal 8 son ahora Televisa, la que se convirtió, literal en su 2a casa. Ahora, en una de sus “calles” se lee un letrero que dice “Calle Roberto Gómez Bolaños, CHESPIRITO” Es sin duda el elemento emblemático de el respeto y cariño que le tiene la empresa a mi padre.
En estos días los hermanos tuvimos que hacer a un lado la tristeza y darle lugar a otras emociones. Por la “obligación” gustosa de despedir a mi padre con el pueblo de Mexico (y más allá) tuvimos la oportunidad de sentir muy de cerca la trascendencia el respeto y, sobre todo, el cariño de la gente hacia él. Como su gol de palomita en mi primaria, se me quedará grabado ese trayecto de Televisa San Angel al Estadio Azteca. Nos hizo a varios dedicarle unas lagrimas de emoción. La gente en la calle, aplaudiéndole, llorándole…fue la manifestación de cariño más grande que yo haya vivido. Un enorme privilegio.
Cada día hay algo que me recuerda que ser hijo de Roberto Gómez Bolaños ha sido un privilegio. un Honor. Una indescriptible satisfacción.
Pero esa conciencia no la he tenido desde el principio. Yo no medía la dimensión de lo que era mi papá. Él nunca promovió a un hombre famoso dentro de casa. Chespirito y sus personajes se quedaban en los estudios de TV. De hecho prácticamente nunca hubo un famoso como invitado en casa. Tal vez un par de veces parte del elenco de su programa ……y ya. Y a él solo lo veíamos trabajar escribiendo. Metido en su despacho, con su vieja maquina de escribir, o con su lápiz (lo que le causó una ampolla que se quedó con él hasta el final) siempre escribiendo. Y es que eso era lo que lo definía. Desde que él mismo se descubrió un talento al escribir, fue su actividad más enriquecedora, su pasión. Se convirtió en actor, director y todo lo demás por consecuencia de su trabajo como guionista. Y convirtió a sus personajes y a su obra en lo que son gracias al toque del genio, con un profundo conocimiento de la condición humana, interviniendo en todo el proceso.
Confieso que a mí sí me gusta verlo no solo como padre, si no como sus personajes, también.
Como al escritor. Como al Chavo del 8, su personaje más querido, y el que más trabajo le costaba hacer. Como el Chapulín Colorado (mi favorito) el que le abrió las puertas en el extranjero, en donde se reflejaba como torpe, débil…y muchos defectos más. Un hombre que, a pesar de tener miedo, enfrentaba el peligro. Un verdadero héroe. Como El Chómpiras, el personaje que más le gustaba hacer, tal vez porque le habría gustado tener mucho de la conchudés del Chómpiras. Cómo Chaparrón Bonaparte, que era el ejemplo perfecto de hacer ver lo sofisticado en algo simple. Como el Dr. Chapatín, su primer personaje importante. Cómo el Chanfle, un personaje en donde se plasmo a sí mismo en muchos sentidos.
En estos días he recibido cientos de mensajes, por todos los medios posibles, de amigos y familiares. Y más de mil mensajes de gente que quiere decirnos algo de mi padre. Ha sido un maratón indescriptible de puras cosas buenas. Es por eso que he dejado la tristeza un poco de lado.
Ahora toca otro paso. Más íntimo.
Gracias a todos que le han mostrado su admiración y su cariño.
Gracias, Robby y Tamara por su amor.
Gracias a la vida por estas hermanas.
Gracias, Krystell por estar juntos.
Gracias, pa por ser el mejor maestro
por ser un ejemplo, mi guía más importante.
Gracias por decirme Campeón
Gracias por ser más papá que Chespirito
Gracias a la vida por la fascinante aventura de tener a un padre así.
Pa, te vamos a recordar toda la vida. Ten la seguridad que te vamos a recordar como lo que fuiste; UN HOMBRE BUENO.
Ma, espero que hayas recibido a mi papá con un cafecito.
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