Eran muchos años ya… ¿Cuántos?, ya no se acordaba. Sentía el calor del sol en su cuerpo. Se estiró por primera vez en la última hora, y se sentó junto a los rosales. Podía sentir el aroma dulzón de las primeras rosas de mayo. El jardín era una mezcla de olores, había albahaca, jazmín, rosas, aretillos… A veces, el olor era tan fuerte, que prefería entrar a la casa y buscar su rincón favorito, donde nadie la molestara. Ahí, a la sombra, le gustaba pensar cuando era joven y le gustaba jugar y tirarse de panza al sol por horas, esperando la hora de la comida. Ahora la comida ya no le hacía tanta gracia, más bien casi todo le hacía daño, pero le seguía gustando saborear su deliciosa leche por las mañanas y a veces si tenía suerte, por la noche. Su comida favorita era la carne, pero el doctor se la prohibió, así que cuando llegaba a haber carne en la casa, era un día de fiesta para ella. Le gustaba mucho sentarse a la mesa cuando la familia estaba comiendo, platicaban y se reían mucho. Aunque algunas veces hubiera roces entre ellos, ella siempre estaba bien con todos, su carácter siempre la ayudo, siempre fue muy tranquila y les tenía mucha paciencia a cada uno de ellos, a veces la ignoraban, es cierto, pero no podía decir que alguna vez le hubiera faltado el amor de alguno de ellos. Muchas veces se preguntaba por sus hijos, ¿Estarían bien?, ¿Serían felices?..., más aún, ¿Vivirían aún?. Ella no se podía quejar de su vida, había viajado, conocido el mar, el calor asfixiante, en el que se había arrastrado a la sombra y tomado agua por litros y galones, a ella que no le gustaba demasiado el agua, era como un camello, poca, pero le aguantaba para todo el día. Pensando en estas cosas no se había percatado, de que las luces de la calle empezaban a encenderse. Los ruidos nocturnos empezaban a oírse lentamente. ¡Cómo le gustaba sentarse en el escaloncito de la puerta y sentir el clima tan agradable!, ver como poco a poco la casa empezaría a llenarse de nuevo, porque todos regresaban después de un día de trabajo, o de escuela. Era hora de acicalarse un poco, así que extendió su pequeña patita blanca con negro, y empezó a relamerse con alegría, ronroneando en espera de su próximo masajito de panza.
Para mi Cucha con todo mi amor.
¡¡¡ Que nunca me falte!!!.
Pantunfla / Lucía