Me llamo Giorgio Cantarini.
Tal vez no reconozcas mi nombre, pero si viste La vida es bella, seguramente recuerdas mi rostro.
Hoy tengo 31 años, pero para muchos sigo siendo ese niño inocente en el campo de concentración, protegido por la ternura de su padre. Y lo acepto con gratitud. Giosuè es parte de mí. Nunca quise desprenderme de él.
Todo comenzó por casualidad. Mis padres vieron un anuncio en el periódico: buscaban a un niño con ciertas características. Dijeron que me parecía. Sin grandes expectativas, me llevaron. Y me eligieron. Así, sin más.
Yo no entendía mucho. Era curioso, despierto, pero ajeno al peso de esa historia. Aun así, hice lo que sabía hacer: vivir el momento. Y resultó ser parte de algo que tocó millones de corazones. De eso me siento profundamente orgulloso.
En 2019 decidí seguir mi vocación y me mudé a Nueva York para formarme como actor. Luego vino la pandemia. Todo se detuvo. Volví a Italia. Trabajé en un call center. Colaboré con Protección Civil. Fueron tiempos difíciles, pero también llenos de enseñanzas.
Hoy sé que la vida es bella… incluso en medio del caos.
Y a veces, una historia contada con la mirada limpia de un niño dice más que mil palabras.


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